jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 24. Las fotos del ángel

Eso que se veía en la foto no podía ser un ángel. Si bien la formación de Luz no había sido religiosa ya que había cursado el básico y la media en un colegio bilingüe, el cual había sido elegido por el padre, un funcionario de la banca catalana que para ese entonces se alejaba de antiguas convicciones franquistas y daba paso a una incipiente y velada apertura liberal, al menos en su casa.
Luz había tomado elementales lecciones de catecismo, que le recordaban que para la teología cristiana los ángeles eran espíritus puros, seres etéreos, celestes, más allá de la imaginería y la devoción, que los pintaba así en las estampitas, bastante rubios, asexuados y con alas de diversos tamaños, según el escalafón que ocupaban en siete u ocho jerarquías que ahora no recordaba, así como también lucían en las iconografías de las diversas escuelas del arte religioso.
Eran, de serlo, de existir, por la putísima, invisibles. Luego, eso que tan claro lucía en el techo de ese edificio de dos pisos, era algo invisible, no visible, no debía estar ahí, y mucho menos ser registrado, por más luminosa que fuera la lente que había usado y la más que sensible película “equis plus” que andaba experimentando.
Así cavilaba la española, al mediodía, sentada en la vereda de un lindo café, en calle Providencia, en Santiago, lugar que había preferido para estar ese día, un poco para tomar distancia y otro tanto porque era consciente que Alberto iba a intentar ubicarla, y no sabía si quería o no volver a verlo. O para el caso, que era casi lo mismo, no le hubiera gustado darse cuenta que el otro no la buscaba. Además, ya estaba medio harta de Valparaíso, del pintoresquismo de lo pobre, de su decadente belleza.
Ese paisaje medio fashion y correcto de la elegante avenida que atravesaba Santiago paralela al río Mapocho la sosegaba un poco. De última, si tenía ganas de hablar con alguien, podía caminar unas cuadras a ver si encontraba a Ramiro o a Valeria, que al final le había parecido un encanto, en el mejor de los casos.
La cerveza, opaca y seca, le caía justa por la garganta. Y el pan artesanal con palta, tomate, queso de cabra y setas, del emparedado, le daba gusto, la saciaba. Eso era lo que quería ese día, sentirse un poco liviana, frívola, a punto de irse de compras, a un buen centro comercial, para no pensar más, en nada, ni en el argentino ni en estos ángeles sudamericanos, tan necesitados de existir como de andar poniéndose en lugares insólitos, en fotos a las que nadie los había invitado.
La foto estaba ahí, sobre la mesa, expuesta, con un poco de sol que no alcanzaba a cubrir la sombrilla de su mesa. La garzona que atendía el sector, joven, bonita y con la onda new age del lugar, que no era tan café sino más bien un coqueto y selecto bar vegetariano, algo étnico, ya que en el fondo tenía librería y boutique de productos alternativos, dos veces había pasado junto a su mesa, seduciéndola, como lo hacía con todos, con esa ondita medio bisexual que queda como bien, vaya a saber uno porqué, en esta cultura que se expande por las grande ciudades, tan cargadas de ofertas de toda índole, como para que en el fondo nadie pueda ejercer demasiado esa libertad que parece así, más moda que otra cosa.
Había pasado con su buen cuerpo y su linda ropa, ligera, activa, como con ganas de hablarle incluso. Las dos veces había mirado tanto los senos de la española que estaban apenas contenidos por una camisa que cómoda y abierta los dejaba ver cuando la española se inclinaba para cortar el emparedado en pedazos más pequeños, que luego se llevaba con la mano a la boca. Le miraba las tetas tanto como la foto en blanco y negro, estética que por cierto prefería, y en la cual se veía inconfundible, la figura de un ángel sobre un techo.
La Francisca, que así se llamaba la garzona, sintetizaba en su mirada informaciones que al final de la secuencia no alcanzaban todavía a lograr la categoría del símbolo. Sabía que Luz era española, catalana para más datos, ya que había tenido su temporada europea y reconocía el acento de ese puerto mediterráneo, más pausado y elegante que el madrileño, que era hermosa y deseable, estaba a la vista, no le cabía duda alguna.
Ahora, lo de esa foto, más allá que la melange de su ideología pseudo intelectual, con toques más bien lacanianos, feministas y fundamentalmente esotéricos, la habilitaban a atreverse a asegurar la conveniencia de la realidad angélica, o la inocultable presencia del demonio, del mal en el mundo, cosa que daba un poco de miedo y menos nivel y prestigio al vuelo del discurso, la foto, más allá que era buena, una buena y rara toma, la dejaba desconcertada.
Eso la jodía, no la ayudaba a elegir las palabras, habida cuenta que no iba a ser tan cholula como para iniciar una aproximación contándole que había vivido tres semanas en Barcelona, que le encantaba cómo hablaba, o peor aún, qué hermosos pechos que tienes, tía, cómo te los mamaría, o qué bonito que queda ahí, en la foto, ese ángel, era hombre o mujer el modelo ?.
Y sí, divagando, esto último no le parecía para nada una mala opción del comienzo de una conversación que podía llegar a ser interesantísima, y prolongarse quién sabe dónde.
Tenía que elegir ahora el momento justo. Y sí, eso siempre era lo más difícil, no fuera a ser que la paloma se volara antes. No era nada fácil, sobre todo que ella tenía para hora y media más de servicio. Bueno, eso no era lo más difícil, con la otra garzona, la Trini, se cubrían en circunstancias parecidas, y las dueñas ese ni ningún domingo aparecían. Sólo quedaba la autoridad delegada del Francisco, en la caja, al cual con alguna insinuación medio putona se le podía sacar el visto bueno de una repentina fuga, más en un día como ese, con mucha menos gente que en la semana, y menos aún, en ese mes de enero. No, mirándolo así no era tan difícil.
Claro que después había que ver si la española tenía ganas de hablar con ella, pero bueno, eso sí que era un temor que ni ahí la inquietaba, sabía que era lo bastante bonita e inteligente como para agradar a cualquier hombre o mujer que no estuviera en un estado de depresión endógena. No le parecía que fuera ese el caso de esa belleza.
Parlamentó como una activista con la Trini y luego con la indolencia del Francisco, sacó partido, fue al baño, se pintó y perfumó un poco y se mandó para la vereda. Al pasar por la boutique de productos alternativos se jugó, loca, y robó un aceite esencial, de benjuí con un toque de pachuli, para obsequiarle a la dueña de esa voz y esas tetas más que lindas.
Puso el pequeño y delicado frasquito delante de la española, que tomaba sol ahora, con la camisa más abierta, estirando las piernas que le cubría hasta las rodillas una pollera de gasa, hindú. El sol pasó por dentro del aceite, ambarino, espeso, con una señal amistosa. Luz abrió los ojos, que había entrecerrado para no enceguecerse, algo inquieta, sorprendida.
- No te asustes, es un pequeño regalo mío, de Francisca. Por favor, acéptalo. No me pidas que te lo explique, sólo tómalo y dale alguna vez el mejor uso que quieras -. Se despachó la Francisca con una libertad que a ella misma la había dejado sorprendida.
La Luz se incorporó un poco de su relajada pose y tomó casi automáticamente el frasquito que seguía ahí, brillando, como con un genio dentro.
- Bueno, gracias, la verdad es que estoy sorprendida. Tú me dices que no quieres dar explicaciones pero eso es lo menos que necesito. No sé, no digo explicaciones, pero algo, qué onda, porqué te han dado ganas de hacerme un regalo, de hacerle un regalo a alguien que no conoces -.
- Es que eso es lo que no sé, me llamó mucho la atención la foto, y no sabía muy bien cómo decírtelo -. Mintió la Pancha, que íntimamente sentía que la prueba más difícil había sido superada.
Luz guardó el frasquito en la cartera, al tiempo que la garzona, sin que ella la invitara se sentaba en una silla que había tomado para el caso. La española advirtió el movimiento de la otra y no le molestó en lo más mínimo. Es más, entre charlar con Ramiro y con esta simpática, linda y atrevida chilenita, y, le parecía más interesante con la Pancha, sobre todo por el placer de ser sorprendida, cosa que iba a saber manejar muy bien ella, hasta donde quisiera.
Se rió para adentro con la repentina necesidad que le venía de tomar otra cerveza, de invitarla también a esta seductora con una. Lo que le parecía medio raro era el pedírsela a ella, ahora que estaba sentada así, tan abierta a la plática. Menos pertinente le parecía llamar y pedírselas a la otra garzona. No se le ocurrió nada mejor que contarle la idea a la Francisca.- Oye, no tengo ningún problema en que conversemos de la foto, o lo que sea, pero muero por otra cerveza, y que tú me acompañes con otra me parece lo mínimo, después de tu regalo. Es conveniente que sea aquí ? -. Preguntó Luz, ubicada, prolija.
- No, qué va. Espérame, voy por mis cosas. Hay un montón de lugares, vengo al tiro -. Remató la Francisca, que partió como una gacela, contenta, divertida, a buscar sus cosas para seguir con esa, su aventura.
El mediodía de domingo en Providencia, alargado, de sur a norte, pasaba discreto, provinciano, en bicicleta, como en un día de campo.



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