jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 29. Lo más Pancha

En la cocina de la cabaña de la Pancha, ya al mediodía, la Luz y la chilena toman un té, desayunan, con tostadas, mantequilla, dulce, queso fresco, palta molida y jugo de pomelo. Lo hacen divertidas, hambrientas, todavía con la resaca del plenilunio.
Lucen relajadas, limpias, con el pelo mojado por el baño que las ha devuelto de la mejor manera posible a este mundo.
Ni sombra de culpa en el semblante de las mujeres. O no lo asumen, o no lo saben, o lo prefirieron, o al fin y al cabo, no tuvieron sexo. Eso queda para la casuística de la moral o para la interpretación psicoanalítica. Tal vez para un sesudo ensayo antropológico sobre el sentido y la responsabilidad de los actos bajo determinados estados de conciencia.
La verdad es que la Francisca y la Luz luces estupendas. Si lo que habían buscado era olvidarse por un rato de sí mismas y del mundo, lo han logrado y con creces, diosas mediante. Tampoco da para decir que de ahora en más van o ser otras o alguna huevada parecida. No, las mismas. Digamos que están tan buenas como antes de la luna llena, con la salvedad que ahora tiene en común un secreto, una maravillosa experiencia compartida, tal vez, una amistad con el tiempo.
Las afinidades se fueron hilvanando durante la tarde del domingo. Así tuvo noticia la española de la chilena. Supo de su vocación de actriz, de la mejor onda de la familia de la Francisca, gente de clase alta pero bien loca, creativa, con un papá arquitecto, una mamá psicoanalista, cinco hermanos mayores, todos ya casados, con familia.
Supo que la chilenita había recorrido el mundo tanto o más que ella, con cinco años menos, de su indiscutible tendencia a conocer, experimentar, ir, de ser posible, más allá de los límites, dejando siempre una puerta abierta para pegar la vuelta, en caso de algún susto, o de un cambio de idea, sin ir más lejos.
No hablaron de sexo ni de preferencias de ese tipo. No fue tema. Ninguna de las dos se vio obligada a explicar su condición, o sus gustos, definirse, o hacer una declaración de principios. Por ahí no había pasado la historia. La Luz, apenas, como quien no quiere la cosa, le había tenido que contar algo del Alberto, de la fugaz experiencia con el argentino, a propósito de la foto del ángel. Fue eso y punto. Ni más ni menos. Después, en la citroneta de la Pancha, y luego de pasar por el super, se fueron para el Arrayán, con dos bolsas llenas de cerveza francesa, que estaba de oferta. La luna vino más tarde. La divertida teoría de la Pancha de que el ángel era un modelo, así, bonito, fino, medio gay el cabro, a la Luz le venía como anillo al dedo. Sí, porqué no?. Acaso había dado explicación alguna el argentino a su extrañísima conducta aquella remota, lejana noche, cuando lo había sorprendido, con su espontaneidad y ese delicioso acento catalán, que hacía que a cualquier sudaca con un mínimo de gusto o de cultura le entraran ganas de ponerse a escucharla hablar tan solo, toda un día con su noche para escucharla.
Y todo esto para terminar pensando que los españoles, genérico de Cataluña, el País Vasco, Andalucía, ya, todo el regionalismo de la concha de su madre, que los españoles hablaban como gente adulta, como mayores, cosa que por cierto eran, que podían ejercitar así las palabras, el lenguaje, porque pensaban como eso, como gente más grande que nosotros, los indoamericanos, peor todavía, nosotros, los sudacas chileno argentinos
La divertida teoría del modelo gay disfrazado de ángel, jugando a las escondidas en el techo de un caserón de Valparaíso era políticamente correcta. Eso, sólo eso. Como toda teoría de esa índole era parcial, superficial, apta sólo para el consumo. De ahí a que fuera la verdad, algo así como irrefutable, que valiera la pena, que le diera algún alimento sano al intelecto, certeza, eso era otra cuento. Y eso, Luz también lo sabia.
Por la putísima, si no le quedaba otra que volverse a Valparaíso, encontrarse con el argentino, ver qué carajo le pasaban a sus entrañas con ese tío, y dilucidar también la verdad de esa foto, de ser posible.
- En qué andas, Casellas, todavía en la luna -. La buscó la Pancha Amenabar, con esa ondita de gente bien, de cuna, que llama a quienes considera semejantes a veces por el apellido.
- En la luna de Valencia -. Intentó zafar la española protegiendo en algo la intimidad de sus pensamientos.
- Vamos a volver a vernos ?. Tal vez con otra luna, en otro mundo ? -. Preguntó esta vez directa la Francisca, ante el inminente arribo del remis que pasaba a buscar a Luz, para llevarla a la terminal de buses. No obtuvo más respuesta que el abrazo fuerte y emocionado de la Luz, que se había perfumado sus grandes orejas con aceite de benjuí y patchuli.
A la Francisca el abrazo la llenó de amor, también de una emoción profunda, no la soltaba, no le iba a dejar así como así, tan fácil, sin que la española le respondiera su pregunta. La miró a los ojos, e insistió, segura.- Ya sé que tienes que ir a arreglar tus asuntos con el argentino, Luz, no soy tan huevona. Lo que quiero saber es qué vas a hacer después. Si vas a seguir sola para el sur, o si vas a tener ganas de llamarme, para que lo hagamos juntas ? - La presión que le estaba poniendo la Pancha al asunto no era excesiva, era la justa, si al fin y al cabo, ni la Luz, ni ella, ni mucho menos el Alberto, sabían cómo chucha iba a seguir la historia.
La española sonrió emocionada, confundida. La compañía de la Pancha le encantaba, pero tampoco ella era huevona y sentía como a través de su camisa de fino hilo y de la bambula de la túnica de la Pancha, los hermosos pezones de la chilena se estaban poniendo duros. - No sé, Pancha, no me pidas esa respuesta ahora, me gustas, me encanta tu onda, pero te miento si te digo qué coño va a pasar mañana con mi vida, no sé, mujer, dejemos que las cosas pasen nomás, así, como pasaron anoche, dejemos que las estrellas manden, Panchita. Creo que es lo mejor -. Concluyó la española, serena, en paz con ella misma.
La bocina del remis afuera, unos metros abajo, en el camino, llegó a tiempo. Volvieron a abrazarse con fuerza, Luz tomó su bolso, la foto, y empezó a bajar por la escalera de piedra en piedra como una cabra.



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