jueves, 8 de enero de 2009

59. Humo y Luna

Después de cenar, volados como estaban no comieron casi nada, dando un poquito la nota ante el resto del grupo y la autoridad, para el caso el Vélez y los guías, que no era para nada cartuchos, pero mal que les pesara estaban al mando, y entendían que eran ellos, sí, esto es muy a la chilena, quienes debían incluso coordinar el consumo de los pitos. El Max levantaba los brazos, como para que se lo llevaran preso, provocando en definitiva la risa de todos, era super huevón el chico. Después de cenar se fueron los cuatro para la carpa de las chicas malas. Para el postre.
El frío ya era medio insoportable. Lo único que les daba era risa. Max había amagado a que se sacaba la ropa, parado, en medio de la carpa, pero luego gesticulaba que no, que no se podía, se señalaba el sexo y hacía con el pulgar y en índice una cosa así, chiquita.
Susan y la Pancha se meaban de risa, lloraban, mientras el humo de las pipas iba saturando la carpa dificultando la respiración de los cuatro. Abrieron el cierre de la puerta y dejaron que saliera un poco el humo y entrara algo de aire helado, pero el Max a los gritos les imploró que volvieran a cerrar, que corrían peligro de que entrara un oso polar o Cindy, sí, más peligrosa era Cindy, que esa tarde se había comido un pingüino con plumas y todo.
La carpa vista desde afuera era un verdadero escándalo. El contraluz permitía ver las pipas y el humo, las siluetas, el humo que salía incluso por los ventiletes laterales, una pequeña locomotora parecía la carpa, y los gritos, los gritos y las risas, que provocaban ya los chistidos fastidiados de las carpas vecinas.
Max levantaba las manos, como un auténtico maestro de ceremonias que era, y las hacía callar, que escucharan los chistidos. No, que los iban a echar a todos, los iban a mandar de vuelta a Chiloé, pero que primero les iban a dar una buena paliza. Era impresionante el histrionismo de este huevón chico, californiano, carpintero, hijo de un portero, de un encargado de edificio. Susan no pudo con la contención de líquidos y se orinó encima, sí, como una verdadera marrana, llenó el piso de la carpa de pis, un charco tibio y amarillo que inundó el piso, demostrando que su impermeabilidad era cierta, para todo tipo de líquidos.
Ahí el chico dijo que no, que para él era demasiado, que buenas noches, que mucho gusto, un placer haberlas conocido, pero que él se iba con Cindy y Luanne, a pasar una noche de verdadero desenfreno y absoluta lujuria, dentro de una bolsa de dormir seca y limpia, con la grata compañía de sus dos manos sucias. Se fue el loco. No se podía estar en la carpa. Luz salió con Max, para buscar unos trapos para secar ese asqueroso charco. Susan y la Pancha reían abrazadas, lloraban de risa.
No estaba tan volada como ellas pero lo bastante como para no advertir las caras de culo con las que la recibieron el Vélez y los guías cuando fue a pedirles trapos, que no había, para limpiar el piso de la carpa. Mala la onda, pesadísima. Tuvo que ir Tomy, arrastrando los zapatos, al lanchón, para volver como a la media hora con un balde, cepillo, trapos y jabón en pan, para lavar bien todo el piso de la carpa, tarea que confiaban iban a hacer muy bien las tres mujeres. Luz volvió a la carpa hecha una cenicienta. Se le había pasado un poco el efecto de hachís por el aire puro y el frío y se daba cuenta que también estaba helada. Cuando se fue acercando a la carpa le llamó la atención el silencio que era pleno, ni grillos había.
Dejó el balde y los elementos de limpieza afuera y entró, temblando de frío. No, no entró, comenzó a entrar. Se quedó así, en el umbral, como un perro perdiguero, con una patita en el aire y la cola parada. Adentro, la Pancha ya estaba sobre las tetas de Susan, que mojada y todo se dejaba sacar la ropa. Lo único que atinó a hacer la española, con la velocidad de una ardilla, fue sacar su saco de dormir, un polar que hacía honor a tal nombre, y meter el balde.
No, para ella también era demasiado. Sí, sí, claro que a ella la habían invitado a jugar, pero no, no entraba ahí, no la divertía ni le causaba la más mínima gracia la escenita. No era su onda, en definitiva, y no le entraba ninguna gana de experimentar nada parecido a los treinta años.
Se acercó a la carpa de Max y arañó la puerta como un gato. Le abrió Luanne, no supo muy bien qué explicar, pero pidió dormir ahí, en un costado, no iba a molestarlos. Luanne le sonrió con una humanidad y una ternura conmovedoras, y le dijo que sí, que sobraba espacio, que entrara. Max y Cindy ya dormían. Tendió su bolsa a los pies de ellos, atravesada, se puso el polar y se metió rápido en su saco de dormir, luego de cerrar la entrada de la carpa. Saludó a Luanne que hacía lo mismo, ya en su saco. Más bien que no podía pensar en nada, lo único que le pasaban por la cabeza era cantidad de imágenes que lo hacían muy rápido, mareándola. Respiró hondo para no tener que salir a vomitar bajo la helada.



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