jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 58. Puta

Ya se habían ido el Panchito y Riquelme, raja habían quedado los compadres, después de haberle dado una mano al Alejo con la confección de los trajes. Sí, le habían dado a la costura los dos, cuando el otro ya se quedaba dormido sobre la máquina. Después la singer, la histórica maquinita de coser, sobreviviente de varios naufragios y mudanzas dijo basta. Fundió el motor, bostezó con un olor a aceite quemado bastante desagradable y se quedó definitivamente dormida. Al Alejo se le llenaron los ojos de lágrimas entonces, y bueno, todos, Panchito, Riquelme y la Carmencita, todos se emocionaron con el incidente.
Un par de trajes faltaban y esos los hicieron a mano, los cuatro, si parecían las damas de la Independencia haciendo uniformes para los libertadores. Tenía razón la turquita cuando decía que esa fiesta era ya un poco de todos. Vaya a saber porqué ni cómo, pero por uno u otro motivo, el evento había convocado con una respuesta que superaba toda expectativa y algarabía futura. Iba más allá de ella misma, mucho más allá de esa casa y ese patio.
Ahí estaban, los dos hermanos de leche, en el patio, disfrutando el fresco antes de irse para el cabaré, a hacer su número de tango del fin de semana. Tomando cerveza, con las piernas apoyadas en unas sillas, sobre un almohadón, sentados juntos, en un doble sillón de mimbre que se había comprado la Carmen ese mismo día, a unos gitanos que andaban por el barrio en un camioncito, vendiendo muy barata la mimbrería. De estreno estaban.
La Carmencita le había contado lo que le pasaba con el Cuellar, la obligación moral que sentía para con la generosidad del peruano, y la poca y ninguna gracia que le causaba tener que andar abriendo las piernas por ese motivo.
El Alejo había sido testigo de la oferta del gordo aquella noche, en la cocina del cabaré, los conocía a ambos, es más, era su hermano, algo podía aclarar, ayudarla, ordenarle un poco la confusión, sino, al menos escucharla y hacer lo que estaba haciendo, quedarse callado, de lo más honesto, sin tener una puta idea para aportar ante semejante dilema.
Así como se lo había contado, el Alejo entendía que no había mucho para aportar, no ?. No le encontraba la vuelta. Y sí, lo que se le ocurrían eran puras mentiras, cosas locas, como que le contara al gordo que sí, que se casaba nomás, mentiras, locuras, manipulaciones muy tiradas de los pelos. Pero se las guardaba para él, no abría la boca.
Pero el silencio se estaba haciendo medio pesado. Era como que le estaba dando la razón, sí, comadre, tienes que ponerte, pagar con el cuero, hermana, y bueno, respirar hondo, tomarte una botella de pisco y después olvidarte, ah, era eso lo que le estaba diciendo con ese mutismo de maricón que se quiere hacer el honesto y no herir susceptibilidades. Tan fino era el espíritu del Alejo.
Puta si le daban ganas de arrancar para su casa, a dormir un poco, a olvidarse en su cama de esa vida de pobres, de necesitados, de gente que tiene que andar humillándose, pidiendo favores, con la cabeza abajo, para cosas tan elementales como un trabajo digno o una casa. Qué vida de mierda, carajo.
Sí, era cierto, la Carmencita era ambiciosa. Era raro, bastante raro que una comadre de su edad, de veinticinco años, tuviera su casa. Eso pasaba después de los treinta, a veces más tarde. En muchos casos no pasaba nunca. Pero ella estaba sola. Sin padres ni tíos ni nada. Su familia, puta, qué linda familia eran ellos, los del cabaré. O sea que la Carmencita le iba a tener que lamer el pito a un tío. Ay, qué asco, ahora él era el de la náusea.
La Carmen había ido por otra botella. Estaba helada la escudo, se tomaba sola. Trajo también un poco de queso, algunas aceitunas. Unas galletas. Le sirvió la cerveza sin espuma y se sirvió ella. Se puso de espaldas a la veranda, mirando el cielo después de echarse un buen sorbo. Luego se quedó mirándolo. A ver qué onda.
El Alejo se sentó más derecho, bajó los pies del almohadón y se puso a comer queso y aceitunas, para tener la boca ocupada. Qué le iba a decir, mierda. Una pregunta, una pregunta huevona, lo único que se le ocurría.
- Y qué te hace sentir peor, ah, hacerlo o no hacerlo ? - Muy huevona era la pregunta, no sumaba nada más que confusión al asunto.
- Porque ahora lo que estás haciendo es no hacerlo, no, por eso te inquietas ?-. Ahí creyó que había mejorado el concepto de la huevada, como que era más redonda. Claro, lo que te pone mal ahora es que a-h-o-r-a estás siendo una hija de puta. Eso te incomoda, no ser puta, pero sí ser hija de ella.
- No Alejo, no me pone mal eso. Tú entendiste lo que me pasa, lo entendiste, no, ah, no entendiste nada, huevón. Yo no soy una hija de puta, soy cualquier cosa menos eso. Entiendes. Soy una p-u-t-a que está cansada de serlo, ya, te cabe ?. Ya, quiero retirarme, entiendes, no quiero tirar más a cambio de algo. Me cansé, compadre, me harté, basta, para mí ya está, basta.
El Alejo se frotaba la frente nervioso, como para que le viniera una idea como la gente y rápido. Se había comido todo el queso y las aceitunas mientras tanto.
- Y qué pasa si tú le dices al Cuellar eso, qué pasa si le hablas así, sin ofenderlo no, no porque tú eres un gordo grasuliento y con un olor a sudor que me ofende las narices y puta, vivís tomando coca, gordo, ah, no, sin entrar en esas intimidades, sin agresiones, si le hablas a él así, como lo estás haciendo conmigo. Qué pasa, qué pasa entonces ?
- Puta, cómo se nota huevón que tú nunca has estado caliente por una mina. Por nadie, tú eres un torturado, ah, te enamoras, un huevón que se hace un traje de ángel para qué, no sé para qué, no, Alejo, no te enojes, pero cuando un compadre está caliente con una mina, cuando hace harto tiempo que está caliente, que le ha prestado harta plata por ello, que gasta de más para una fiesta en casa de esa mina, y que no falte nada y todo el cuento. Compadre, si yo le hablo así, como lo estoy haciendo contigo el huevón se llena de odio y de rencor, no lo digiere, no puede, puta, sino sería fácil, claro que sería fácil.
- Ya, entendí, seré marica pero no soy tarado, ah, ya entendí mi alma. Bueno, tú no puedes encamarte por algo tan simple y sencillo como que estás enamorada y punto. Estás enamorada y vas a casarte pronto. Ah, por eso. O no estás enamorada acaso del Alberto, ah, o tú crees que una mina se pone loca como lo hiciste tú en el camerino de él aquella noche, cuando te rompió la boca, y luego, no muchos días más tarde, vas a buscarlo en la noche, en un taxi, para salvarlo cuando el compadre se quería poner a nadar borracho por el pacífico. Ah, no es una mujer enamorada eso, no, no lo es, entonces yo soy puto, soy tarado y soy ciego. Todo eso soy, Carmen.
A la Carmen se le pusieron los pelos de punta como si hubiera visto un fantasma ahí mismo detrás del Alejo, que la miraba asustado ahora, como arrepintiéndose de haber sido tan franco, tan directo. Tan comadrona, buscando un parto.
- Sí, sí, eres todo eso huevón. Si ya me lo habían dicho, los maricones son tontos, parecen inteligentes pero sólo eso, lo parecen, porque piensan primero con el culo, no pueden hacerlo con el cerebro. No ven que siempre hay mucho más debajo de las apariencias. Ya, huevón, me cansaste. Vamos al cabaré que se hace tarde.
Estaba hecha una furia la Carmen, cuando pasó al lado de la botella que estaba en el piso le pegó un buena patada. Voló el envase por el aire, espantando al fantasma del amor que la dejó pasar, para que reventara contra la pared, hecha pedazos.




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