El patio ha sido acondicionado, ambientado y equipado como para que ahí esa noche se case o se divorcie alguien más que notable. En la veranda, y en puntuales lugares y rincones, se han colocado grandes antorchas de bambú, alimentadas con aceite, generando un clima suntuoso, de lujo. Las cañas son altas, de casi tres metros, anchas como botellas, la llama de la punta las hace parecer domésticas torres de gas, venteando en la noche. Eso es en el nivel más alto del espacio aéreo.
Un poco más abajo, cantidad de bombillas de colores cruzan y entrecruzan el patio y la terraza superior, en rojos, azules, verdes, naranjas, amarillos, violetas, celestes. Sí, lo han sembrado de bombillas al patio. La música invade el espacio desde cuatro grandes columnas, una en cada esquina del cuadrilátero, batiendo el parche acústico con una selección que domina magistralmente Yañes, debajo de su traje de Don Giovanni, el gran amante, una de las creaciones del taller de disfraces y máscaras del Alejo y sus ayudantes. La máscara de Yañes es de esas que cubren hasta la nariz, una media máscara, con detalles de lujo, como de exposición, muy lograda como máscara veneciana, combinando el borravino con el dorado, tonos que también están en el traje y el tricornio.
En el rincón, en la esquina de la veranda con la pared que da al norte, debajo de la higuera, Cuellar ha instalado una parrilla, la cual ya arde en brasas y hecha un lindo humo, asando unas hamburguesas caseras, que obviamente ha preparado el gordo, y vienesas. En una mesa de madera, contra la pared, panes y aderezos de todo tipo, para comer hasta hartarse.
Pegado a esa mesa está el bar, también de espaldas a la pared, es un tramo de barra, de la vieja barra del cabaré, que han sacado de un depósito, la cual han acondicionado y puesto a punto. Más que nada le han sacado la mugre. Dos barriles de cerveza los proveen del rubio líquido, el cual tira y llega a través de una respetable serpentina de cobre, heladísima. También hay de todo para preparar tragos.
Felipe, disfrazado de ese gran inglés que fue Lawrence de Arabia, maneja como siempre la bebida. Lo ayuda también el Panchito, que por supuesto está disfrazado de oso hormiguero, con una pequeña modificación, un toque que le ha dado el chiquillo, ya que es de un furioso color rojo, tonalidad que el Panchito explica debido a que esa es su variedad de hormiga preferida, cosa que como todo lo que dice el cabro, parece medio una genialidad, media una huevada, tiene tiempo para definirse el chico.
Enfrentando la parrilla, o sea contra la pared sur del patio, la que está saliendo del dormitorio de la Carmen, se ha instalado el tablado para el show de las stripers. En el balcón del patio superior, el que está sobre el techo de la casa, las luces para iluminar el espectáculo. El escenario es una gran tarima de madera, con el piso lustrado, con un cortinado que da contra la pared, negro, pesado, y otro lateral, como cerrando el espectáculo a la visión de la veranda.
No porque nadie lo pueda ver a simple vista, pero para no provocar tampoco la ira de los dioses ni de nadie de menor jerarquía. Las luces se manejan desde la terraza superior, en donde está la consola. Eso lo harán los que vienen acompañando a la Maga y su troupe. El Nosfe y sus amigos.
De todas maneras, el Vilches no puede con su genio y curiosidad y se pone a chequear que todo esté bien, ahí en la terraza, el jeque árabe, dándole todos los motivos de mundo a la Tere, de inquietante Cleopatra, para que empiece a fumar como una egipcia, a través de una exquisita boquilla en forma de serpiente, finísima. Claro que también le pide un trago a Lawrence, como si fueran viejos conocidos, vaya a saber de qué gran estudio hollywoodense, de cuál superproducción histórica. Ya empezó con el pisco sour la Tere, la Cleo.
Cuellar está a cargo de la parrilla, se ha disfrazado de pirata el gordo, cosa que por cierto no estaba permitida. Pero quién se va a poner a tocarle el hombro, no, para decirle, oye guatón, vete a cambiarte a tu casa. No, eso no la va a hacer nadie. Pero bueno, se ha disfrazado de pirata con lujo, ah, no es un filibustero de esos medio muertos de hambre, no, es un gran capitán de la Isla Tortuga.
No es Morgan, no, en la cabeza se ha anudado un hermoso pañuelo de seda, un versace parece por la cantidad de dorado, oro también en el cuello, con varias cadenas, un chaleco también se seda, negro, abierto en el pecho, dejando el aire su gran y peludo torso, una faja roja, ajustadísima, le sostiene unos amplios pantalones negros, de terciopelo, que caen dentro de unas botas de caña amplia y caída, sí, botas de pirata, con taco y gran hebilla, negras, que deberá en algún momento explicar el gordo de donde las ha sacado, si por casualidad no se las ha encontrado en algún museo.
La espada la tiene cruzada en la espalda, y es otra joya, de hoja ancha, con una lujosa empuñadura, hermosa el arma.
Uno sólo de los dos ojos marrones del gordo controlan el punto de las hamburguesas y vienesas. El que no está cubierto por el parche. Así está mirando esta noche el Cuellar. A medias. Parece que le alcanza y le sobra con ese ojo.
Alberto acaba de llegar con su disfraz de Zorba, ante la pulla generalizada de sus compañeros de trabajo. El puta que eres pobre, del Río, se deja oír de casi todas las bocas, de esa chusma de ignorantes que obviamente no tienen ni han podido tener la información que maneja este huevón, que ha estudiado letras y teatro en Buenos Aires, llegando a ser un aceptable cinéfilo inclusive, lo cual hace derivar a su disfraz, luego de una serie de asociaciones libres, en la más aceptada por todos, la del Panchito, que lo pone de viejo de la bolsa. Sí, le conceden, de pura buena gente, que sea el viejo de la bolsa, ese que se roba a los niños. Puede llamarse como él prefiera, Zorba también, le está permitido.
Y sí, Alberto se pone a descubrir a la gente del cabaré bajo sus trajes, y lo de él es de una pobreza excesiva. Una verdadera porquería, es más, el maquillaje de la barba, el bigote y el pelo, burdamente encanecido, se le ha empezado a correr por la transpiración, y con suerte le da para media hora o una hora más a lo sumo. Después tiene que lavarse la cara. Lo único que más o menos se salva es el sombrero, uno de fieltro que se compró en el persa, es inglés el sombrero, está impecable, negro, con olor a viejo, a honorable calva de viejo.
La que no se ve por ningún lado es la Carmen, ah, al Alejo tampoco se lo ha visto. Algo andan tramando los hermanitos. Nada, no traman nada. Están en la habitación de la Carmen, el Alejo disfrazado de un Aladino que da ganas de llevárselo con uno, adentro de un frasco, bello, muy bello está el marica. Maquillado como para salir sobre la alfombra, volando, los ojos, las cejas, la boca, con colores muy contrastados, brillantes, también se ha puesto polvo con brillantinas en los párpados. La cabeza coronada con un fez de terciopelo azul, color y tela que junto con el blanco y el dorado predominan en el traje. Los zapatos son unas babuchas originales, de cuero azul, bordadas con dorado.
Aladino está terminando de maquillar y vestir a la Carmen. Bueno, mucho para vestir no hay. El cuerpo se lo ha dorado, sí, está en bolas la Carmencita. Abajo le cubre el sexo su pequeña tanguita de bailarina, la cual ha sido también dorada. La tira de atrás, la de la raja del culo, se une a una gargantilla dorada en el cuello, con una tira que sube por toda la espalda. Ahí han montado las dos enormes alas del ángel, que son blancas, o más bien translúcidas, a las que han espolvoreado también con el dorado del cuerpo. Sí, lo que tiene sobre todo el cuerpo, la cara y la cabeza no es pintura, no, es un dorado que se coloca en polvo, con una paciencia infinita, que queda adherido al cuerpo justamente por la transpiración, permitiendo respirar de todas maneras a la piel, sin riesgos.
Ya, bueno, la Carmencita se ha rapado. Sí, se ha rapado, se ha dejado el cuero cabelludo hecho una bocha, brillante, redondo, perfecto y dorado. Eso es lo que está terminando de hacer el Alejo, lustrando el brillo de la calva de la Carmen.
Un poco más abajo, cantidad de bombillas de colores cruzan y entrecruzan el patio y la terraza superior, en rojos, azules, verdes, naranjas, amarillos, violetas, celestes. Sí, lo han sembrado de bombillas al patio. La música invade el espacio desde cuatro grandes columnas, una en cada esquina del cuadrilátero, batiendo el parche acústico con una selección que domina magistralmente Yañes, debajo de su traje de Don Giovanni, el gran amante, una de las creaciones del taller de disfraces y máscaras del Alejo y sus ayudantes. La máscara de Yañes es de esas que cubren hasta la nariz, una media máscara, con detalles de lujo, como de exposición, muy lograda como máscara veneciana, combinando el borravino con el dorado, tonos que también están en el traje y el tricornio.
En el rincón, en la esquina de la veranda con la pared que da al norte, debajo de la higuera, Cuellar ha instalado una parrilla, la cual ya arde en brasas y hecha un lindo humo, asando unas hamburguesas caseras, que obviamente ha preparado el gordo, y vienesas. En una mesa de madera, contra la pared, panes y aderezos de todo tipo, para comer hasta hartarse.
Pegado a esa mesa está el bar, también de espaldas a la pared, es un tramo de barra, de la vieja barra del cabaré, que han sacado de un depósito, la cual han acondicionado y puesto a punto. Más que nada le han sacado la mugre. Dos barriles de cerveza los proveen del rubio líquido, el cual tira y llega a través de una respetable serpentina de cobre, heladísima. También hay de todo para preparar tragos.
Felipe, disfrazado de ese gran inglés que fue Lawrence de Arabia, maneja como siempre la bebida. Lo ayuda también el Panchito, que por supuesto está disfrazado de oso hormiguero, con una pequeña modificación, un toque que le ha dado el chiquillo, ya que es de un furioso color rojo, tonalidad que el Panchito explica debido a que esa es su variedad de hormiga preferida, cosa que como todo lo que dice el cabro, parece medio una genialidad, media una huevada, tiene tiempo para definirse el chico.
Enfrentando la parrilla, o sea contra la pared sur del patio, la que está saliendo del dormitorio de la Carmen, se ha instalado el tablado para el show de las stripers. En el balcón del patio superior, el que está sobre el techo de la casa, las luces para iluminar el espectáculo. El escenario es una gran tarima de madera, con el piso lustrado, con un cortinado que da contra la pared, negro, pesado, y otro lateral, como cerrando el espectáculo a la visión de la veranda.
No porque nadie lo pueda ver a simple vista, pero para no provocar tampoco la ira de los dioses ni de nadie de menor jerarquía. Las luces se manejan desde la terraza superior, en donde está la consola. Eso lo harán los que vienen acompañando a la Maga y su troupe. El Nosfe y sus amigos.
De todas maneras, el Vilches no puede con su genio y curiosidad y se pone a chequear que todo esté bien, ahí en la terraza, el jeque árabe, dándole todos los motivos de mundo a la Tere, de inquietante Cleopatra, para que empiece a fumar como una egipcia, a través de una exquisita boquilla en forma de serpiente, finísima. Claro que también le pide un trago a Lawrence, como si fueran viejos conocidos, vaya a saber de qué gran estudio hollywoodense, de cuál superproducción histórica. Ya empezó con el pisco sour la Tere, la Cleo.
Cuellar está a cargo de la parrilla, se ha disfrazado de pirata el gordo, cosa que por cierto no estaba permitida. Pero quién se va a poner a tocarle el hombro, no, para decirle, oye guatón, vete a cambiarte a tu casa. No, eso no la va a hacer nadie. Pero bueno, se ha disfrazado de pirata con lujo, ah, no es un filibustero de esos medio muertos de hambre, no, es un gran capitán de la Isla Tortuga.
No es Morgan, no, en la cabeza se ha anudado un hermoso pañuelo de seda, un versace parece por la cantidad de dorado, oro también en el cuello, con varias cadenas, un chaleco también se seda, negro, abierto en el pecho, dejando el aire su gran y peludo torso, una faja roja, ajustadísima, le sostiene unos amplios pantalones negros, de terciopelo, que caen dentro de unas botas de caña amplia y caída, sí, botas de pirata, con taco y gran hebilla, negras, que deberá en algún momento explicar el gordo de donde las ha sacado, si por casualidad no se las ha encontrado en algún museo.
La espada la tiene cruzada en la espalda, y es otra joya, de hoja ancha, con una lujosa empuñadura, hermosa el arma.
Uno sólo de los dos ojos marrones del gordo controlan el punto de las hamburguesas y vienesas. El que no está cubierto por el parche. Así está mirando esta noche el Cuellar. A medias. Parece que le alcanza y le sobra con ese ojo.
Alberto acaba de llegar con su disfraz de Zorba, ante la pulla generalizada de sus compañeros de trabajo. El puta que eres pobre, del Río, se deja oír de casi todas las bocas, de esa chusma de ignorantes que obviamente no tienen ni han podido tener la información que maneja este huevón, que ha estudiado letras y teatro en Buenos Aires, llegando a ser un aceptable cinéfilo inclusive, lo cual hace derivar a su disfraz, luego de una serie de asociaciones libres, en la más aceptada por todos, la del Panchito, que lo pone de viejo de la bolsa. Sí, le conceden, de pura buena gente, que sea el viejo de la bolsa, ese que se roba a los niños. Puede llamarse como él prefiera, Zorba también, le está permitido.
Y sí, Alberto se pone a descubrir a la gente del cabaré bajo sus trajes, y lo de él es de una pobreza excesiva. Una verdadera porquería, es más, el maquillaje de la barba, el bigote y el pelo, burdamente encanecido, se le ha empezado a correr por la transpiración, y con suerte le da para media hora o una hora más a lo sumo. Después tiene que lavarse la cara. Lo único que más o menos se salva es el sombrero, uno de fieltro que se compró en el persa, es inglés el sombrero, está impecable, negro, con olor a viejo, a honorable calva de viejo.
La que no se ve por ningún lado es la Carmen, ah, al Alejo tampoco se lo ha visto. Algo andan tramando los hermanitos. Nada, no traman nada. Están en la habitación de la Carmen, el Alejo disfrazado de un Aladino que da ganas de llevárselo con uno, adentro de un frasco, bello, muy bello está el marica. Maquillado como para salir sobre la alfombra, volando, los ojos, las cejas, la boca, con colores muy contrastados, brillantes, también se ha puesto polvo con brillantinas en los párpados. La cabeza coronada con un fez de terciopelo azul, color y tela que junto con el blanco y el dorado predominan en el traje. Los zapatos son unas babuchas originales, de cuero azul, bordadas con dorado.
Aladino está terminando de maquillar y vestir a la Carmen. Bueno, mucho para vestir no hay. El cuerpo se lo ha dorado, sí, está en bolas la Carmencita. Abajo le cubre el sexo su pequeña tanguita de bailarina, la cual ha sido también dorada. La tira de atrás, la de la raja del culo, se une a una gargantilla dorada en el cuello, con una tira que sube por toda la espalda. Ahí han montado las dos enormes alas del ángel, que son blancas, o más bien translúcidas, a las que han espolvoreado también con el dorado del cuerpo. Sí, lo que tiene sobre todo el cuerpo, la cara y la cabeza no es pintura, no, es un dorado que se coloca en polvo, con una paciencia infinita, que queda adherido al cuerpo justamente por la transpiración, permitiendo respirar de todas maneras a la piel, sin riesgos.
Ya, bueno, la Carmencita se ha rapado. Sí, se ha rapado, se ha dejado el cuero cabelludo hecho una bocha, brillante, redondo, perfecto y dorado. Eso es lo que está terminando de hacer el Alejo, lustrando el brillo de la calva de la Carmen.
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