jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 1. "Old Tango"

La noche de Valparaíso sigue teniendo esa cosa agradable del clima austral costeño, el cual permite una chaqueta liviana junto con un chal y una camisola negra, con un escote bastante agudo para el caso. El cuello, delgado y alto, no ostentaba bijú ni joya alguna, tampoco, y es bueno resaltarlo, arrugas. Portaba, eso sí, un rostro delgado, ligeramente bronceado, con una boca fina, ahora con unos discretos hoyuelos ampliando la sonrisa, la cual adivinaba dientes blancos y perfectos.
La nariz, suave y ligera, respiraba pausada a través de unas narinas pequeñas y rosadas. Las cejas bien delineadas, eran negras, amplias y bien proporcionadas, con esto quiero decir que no habían sufrido depilación alguna y hasta podríamos decir que eran un rasgo de carácter en el rostro de Luz Casellas, que así se llama la dueña de todo esto y más, como ese par de ojazos negros que no se pierden nada, filmando todo el tiempo, bien abrigados por unas pestañas que no te cuento.
El pelo también negro es lacio y lo usa corto, hasta la nuca, lo cual le permite cuando gira la cabeza a ver quién pasa al lado, dibujar unas olitas que van y vienen demasiado rápido. Tapan apenas un par de orejas que se podría decir que para todo esta armonía que estamos contemplando vienen a ser un poco grandes, pero curiosamente, los pequeños abridores de oro que las marcan dan como una falsa sensación de hacerlas más pequeñas. Y sí, las orejas de Luz son grandes, pero no a lo dumbo, las tiene largotas y pegadas al cráneo.
Luz picoteó de un marisco de su plato de locos con papa mayo, se limpió despacio con la servilleta y se echó un buen trago de champagne, mientras en el escenario del “Old Tango”, una pareja de jóvenes bailarines, Carmen y Alejandro, iban y venían entrelazados, trazando una sensual y pacífica, o sea no atlántica, coreografía con una tema de Astor Piazzola, “Años de soledad”, acompañado por el brillante saxo de Jerry Mulligan.
Estaba sola en una mesa como medio de costado al escenario, no veía a la pareja de frente, se ve que no había reservado o que había llegado un poco tarde, tal vez la había buscado deliberadamente, ya que no es lo más deseable para una turista española y sola, el estar en medio del medio, rodeado de parejas y matrimonios de fin de semana. Discreta tomó de la silla que estaba frente a ella una bien dotada nikon sin flash, encuadró con todo el tiempo del mundo, y con un tele de 130 mm se dio el gusto. Volvió a hacerlo otras dos veces.
Bajo la luz cenital del escenario, Carmen Chab Rojas, ceñida por un vestido de terciopelo azul, brillaba con su gracia y su cuerpo. La turquita que había bajado a probar suerte desde el nortino Antofagasta había encontrado su lugar. Las horas, las durísimas horas de entrenamiento en el estudio de danza y gimnasia habían dado sus frutos. La Carmen era un mimbre, se doblaba así de fácil, para volver a la vertical más limpia sin que se notara casi, eso, ese era su arte, el que no se notara. Sólo quedaba una sensación en el aire.
Ligera y fuerte, bien apoyada en un par de pantorrillas redondas y eléctricas, de más está decir que la cola de la Carmen era un espacio como para ser recorrido con todo el tiempo del mundo. La cintura, lo suficientemente estrecha para que un buen par de manos masculinas la ciñeran y levantaran sin esfuerzo. El vientre, exacto, liso, duro. Los pechos, redondos, duros, en punta.
La Carmen era el cuerpo. Alejandro, el espíritu. Así se forman las buenas parejas de danza contemporánea, y el tango, en este caso de la coreografía piazzolesca, era eso.
Alejandro Gómez Toro era gay, como corresponde a semejante apellido. Aquí vamos a entrar en una disquisición filológica, porque no sé si decir que era gay, homosexual, maraca, maricón, puto, putarraco, trolo. No sé cómo calificarlo porque Alejo era muy bello, pero no físicamente, cosa que por ahí también lo era. No, y mi duda no pasa por cómo la iba sexualmente, pasa porque no me gusta definir a la gente, a un hombre, con una palabra gringa tan corta. No sé si me explico, pero para presentar a Alejo esto no es lo menos, y un hombre tan bello como él merece todo respeto.
A Alejo le costaba más que un esfuerzo tomar a la Carmen por la cintura y levantarla del suelo, y eso que la turquita era peso pluma y se la dejaba servida. Carmen el cuerpo, Alejo el espíritu. Ahí creo que me voy orientado. Maricón, no, marica.
Delgado, de una altura más que media para un chileno, moreno, pelo lacio y negro, peinado con gel, para atrás, con pantalón de bailarín, remera al cuerpo de manga corta, y zapatos bien lustrados, todo obviamente negro, el bueno de Alejo siente lo bastante adentro la cadencia y la densidad melancólica del tema de Piazzola como para poner todo el alma necesaria, toda su hombría, ante la tibia y urgente caricia que le ofrece la turca con una generosidad que encanta. Alejo es eso, un masculino pasado de ángel, de sensibilidad y finura, delicado varón, marica chileno de la mejor cepa, capaz de dar mucho más que unos cuantos bien machos y que unas cuantas, bien hembras.
Detrás del telón, impecable, con un smoking que le queda demasiado bien, está Alberto del Río, sigue con atención el baile mientras disfruta de uno de los pocos gustos que se da en el puerto de Chile, echa humo de un goluá al que accede gracias al lógico beneficio del portuario contrabando. Sobre un taburete, a su lado, un vaso alto está por la mitad con un buen whisky. Los acordes del saxo del Jerry y el bandoneón del Astor dicen que el tema va terminando.
El aplauso es cerrado, intenso y más que merecido. Hay bravos. La Carmen y Alejo agradecen y porqué no, tiran unos besos que quedan por el aire, avivando las palmas. Tomados de la mano van retrocediendo despacio, disfrutando la gratitud y el buen gusto del público. Salen de espaldas, al pasar junto a Alberto, la turquita no puede con su genio y le pega un beso de esos que se dan los compañeros de trabajo, los artistas, Alejo pretende imitarla pero digamos que Alberto no se la sigue, pero sin por ello dejar de demostrarle su admiración y afecto con una caricia en la cabeza. La pareja sigue su carrera hacia los camarines.
En el escenario, un farol seguidor se ha posado sobre don Vilches, el dueño y creador del cabaré. El viejo es bajito, gordo, picante, divertido, con mucho tablado, y sobre todo un buen tipo. Años de trabajo y viajes le han permitido levantar este negocio en donde todo parece ocupar el espacio justo. En la barra, su compañera, la Tere, lo admira como si estuviera recibiendo un premio en Cannes. El viejo cumple la digna y elegante tarea de administrar muy bien el local y ser cada noche el maestro de ceremonia, el que da la pausa para que el público consuma, comente, vaya al baño y sobre todo se dé cuenta que anda con bastante sed y atine con que los precios son preferibles y pida más vino, o como la sorprendente Luz, otro champagne.
Y don Vilches no defrauda a nadie. - Bueno amigos, desde aquí puedo ver lo bien que lo estamos pasando. Si hay algo que me sigue dando gusto es ver cómo la noche porteña se aloja en esta casa para pasar un buen rato de la mano, compartiendo el trago, la rica comida, la gentileza de esa rosa para la novia o la esposa, la música, el bello espectáculo que recién nos han brindado nuestra pareja de baile, y ahora, ahora amigos preparen las mandíbulas, porque ahora se viene la risa. Bien recibido hace años por nuestra cálida compañía, llegó de su natal Mar del Plata el humorista argentino Alberto del Río - Toma aire para continuar mientras disfruta con su oratoria el Vilches.
- El hombre llegó con un par de maletas llenas de cuentos y continúa vaciándolas en este refugio. El, y me lo ha confesado, no entiendo todavía cómo ha logrado hacer que los chilenos gracias a él rían como italianos o argentinos, o sea mucho, en exceso, y yo creo que esto sucede en tanto y en cuanto Alberto del Río no pueda responderse esa pregunta y siga cada noche creando y recreando la risa. Vamos a recibir con un fuerte aplauso al broche de oro de esta noche porteñísima, con ustedes, el Rey de la Comedia, el chileno argentino Alberto del Río -. Y, sí, el aplauso es bastante fuerte.
El pequeño seguidor que iluminaba a don Vilches se apaga y se enciende otro mayor en el centro del escenario, dejando ante el público la estampa gardeliana de Alberto, un tipo demasiado elegante y buen mozo para ser cómico. Está sentado sobre un taburete alto, con las piernas cruzadas a pesar de la altura, al lado, el otro taburete con el vaso de whisky, un cenicero y los goluás. Y empieza.
- Después de esta presentación que se ha mandado don Antonio Valeriano Vilches Galdames... sh, un poco más de respeto señorita, que así se llama y es el dueño, después de esta biografía no autorizada voy a tener que ganarme bien la plata esta noche, lo único que les prometo es que no se van a reír ni como argentinos ni mucho menos como italianos, sólo y simplemente como mejor puedan.
- Y eso sí, les pido por favor que hagamos antes que nada un pacto de caballeros, de damas y caballeros, y si alguno de los chistes, de las humoradas o tallas que les cuento no las entienden, por favor, sin timidez, en confianza, me levantan la mano y me lo dicen. Así, así me dice, don Alberto, me lo explica, me lo repite, me lo grafica, es más, don Alberto, me haría usted un dibujo del chiste, es más me lo manda por fax, o sino me dan la dirección de su correo electrónico que yo estoy para eso, para hacerlos reír, so huevones -.
Luz continuaba con los honores a esa buena cepa transandina y se planteaba ahora la disyuntiva de degustar una papaya al natural con crema sin decidirse por la cuchara de postre o el tenedor y el cuchillo. La estaba pasando lo más bien, sola, tranquila, golosa, y lo del humorista argentino en un cabaré de Valparaíso le parecía cuanto menos una curiosidad exquisita. El tenedor y la cuchara juntos la dejaron más que contenta.
- Y si no se animan a levantar la mano, cosa que descuento, demuestran lo buena que continúa siendo la educación pública y privada chilena y se ríen igual, a lo tonto, sin entenderme, o se hacen los que al chiste ya lo conocían pero que igual nunca nadie se los había contado tan regiamente.




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