jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 44. Las manos de la Turca

Eran las cuatro de la tarde y el Alberto seguía durmiendo la mona. La Carmen, con un tardío desayuno fue a despertarlo. Le pareció lo más prudente, ya que a las seis tenían la reunión en el cabaré por el tema de la fiesta, y el huevón tenía que estar presente, bañado, afeitado y fresco, de ser posible.
Abrió las ventanas y corrió las cortinas, para que la luz lo despertara. Apoyó la bandeja sobre la cama y se sentó a los pies, a esperar que el compadre percibiera su presencia y el cambio en el ambiente.
Tuvo que sacudirle las piernas porque el tipo estaba para seguir así hasta el otro día. Una lástima, pero bueno, otra no le quedaba. Hubiera preferido que se despertara solo, o que la reunión se hubiera programado para más tarde o para el otro día. Y sí, un mínimo gusto le daba que el huevón se recuperara de una tentativa de suicidio en su cama. Sí que era un gusto. Y bien importante, una secreta e íntima revancha. Sutil, femenina.
El otro abrió los ojos al fin, más muerto que vivo, con el cerebro asomando por las pupilas. Hecho un asco, rojo miraba. La vio a sus pies, miró la cama, el desayuno. Sacó la lengua y se remojó los labios, que tenía pegados. Sacó los brazos de abajo de las sábanas y las planchó con las manos.
La turca no dijo nada, empezó a servirle un té, a ponerle azúcar y revolverlo en la taza. Luego se puso a prepararle unas tostadas. Ni lo miraba. No hacía falta. El olor a alcohol que de la boca y del cuerpo del Alberto salían, daba como para ni mirarlo ni mucho menos olerlo, pero bueno, era inevitable.
- Porqué ?-. No era mucho pero el Alberto había hablado. No recibió otra respuesta que las manos de la turca apilando tostadas con mantequilla y mermelada, como levantando una torre. El otro quería más que eso, va, otra cosa, quería que le respondiera. Insistió, reiterativo.
- Porqué, porqué lo hiciste ?.
Ahí la turca lo miró, como midiéndolo. Era difícil contestarle, no quería ni herirlo ni humillarlo. Tampoco mentirle, o peor aún, mentirse.
-Vos por mí hubieras hecho lo mismo. Por mí o por el Alejo, o por Cuellar, o por el Vilches. No, no lo hubieras hecho ? Le acercó la bandeja por arriba de las sábanas, patinando, sin dejar de mirarlo, muy clara, sin ocultarse ni mostrando nada que no había.
El Alberto tenía en ese momento tal aquelarre en la cabeza que no sabía ni decir si lo hubiera hecho. Porqué tenía que ser siempre tan buen tipo, si en el fondo era una mierda. Porqué lo hubiera hecho ?.
- Eso fue lo que yo hice, porqué hay que esperar de mí otra cosa?- Dijo señalándole la boca.
La turca acusó el impacto. Es verdad, era posible, porqué decir que lo hubiera hecho ?. Pero no si la iba a dejar tan fácil. No era tan ingenua, tan burra, tan obvia.
- Esto también lo hicimos a medias. Vos pusiste el puño y yo la boca. Yo me la busqué, de la peor forma. No ?, o vos acaso alguna vez le habías pegado a una mina ?-.
Alberto se puso a tomar el té, las tostadas las mojaba en la infusión, chorreando la sábana. La turca le pasó una toalla que tenía en el respaldo de una silla, para que la usara de servilleta. - No seas tan cerdo, huevón, que no tengo mucama -. Lo retó con cariño la turca, llena de humanidad, haciéndose la mala. Ahora le tocaba a ella hacer preguntas.
- Y vos huevón, porqué, por esa mina te ibas a ir nadando a la chucha. Nadie vale una vida, Alberto, nadie -.
El Alberto no levantó la vista, como a un chico grande al que están regañando. Lo hizo después de haber terminado con la segunda tostada. Pero no contestaba.- O por algo mucho más profundo, algo que a una bruta como yo se le escapa ? -. Ya, ahí la turca ya estaba sacando patente de grande.
Alberto, aún bajo el sopor de la resaca y los moretones de la peor semana de su vida, alzó los hombros, sin atinar a responder, negando lento con la cabeza una respuesta que ignoraba.
- Ya, huevón, primero organizas mi fiesta y después te matas, ah, te parece ?-. El Alberto sonrió ante la salida de la Carmencita y le dijo que sí.
La ropa limpia y ya seca del argentino, flameaba como una bandera en el patio, colgada de un alambre, con olor a sol y a las manos de la turca.

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