jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 45. La rebelión de las máscaras

Faltaban tres días para el domingo, para el día de la fiesta y era poco lo que se había logrado. Digamos que la participación de la gente del cabaré, más allá de la que habían explicitado en su momento los coordinadores, o sea la Tere, Alejo, Vilches y en menor medida, Alberto, poco más era lo que el resto había devuelto. Ya, sí, siempre pasa lo mismo. Se deja todo para el último día. Pero no, aquí había voluntad política para que fuera distinto. La fiesta iba a ser cualquier cosa menos una mediocridad. Una fiestita más a la chilena.
Así fue que a las seis en punto ya presidía la comisión el Alejo, asistido por la Tere y un poco atrás, el Vilches, medio en la penumbra del salón principal del cabaré, en dónde había corrido las mesas y ordenado casi quince sillas en semicírculo, para que nadie pudiera escabullir el bulto.
La llegada de la Carmen con el Alberto no levantó demasiado el avispero porque sólo estaban en ese momento los otros tres, o sea que era como poca gente para el murmullo, la miradita intrigada, o la picardía burda, chabacana, con gestos con las manos y esas cosas.
Alejo no demostró ningún asombro porque él sabía del movimiento de la turca la otra noche, es más, no sólo lo sabía sino que la había alentado, la había alertado al ver salir como todos los habían hecho, al Alberto como para irse a la chucha.
Porqué había delegado en ella el rescate del argentino y no se había mandado él, enamorado como seguía del Alberto, bueno, en un punto era una actitud media inexplicable, si no fuera porque el Alejo quería por sobre todo a la turquita, y porque era medio maricón, por eso, había tenido miedo de que no le hubiera dado el cuero para lo que se venía. Y sabía, francamente lo sabía, que a la turquita no la paraba nadie. Había sido por eso y no se había equivocado.
La turca se sentó junto a la Tere y el Alberto, junto al Alejo, uno a cada lado. El Vilches se acercó con cautela por detrás del Alberto y le apoyó apenas una mano en el hombro. El otro le agradeció el apoyo, el cariño, palmeándole la mano, la cual dejó apoyada sobre la del viejo unos segundos que parecieron un año, por la intensidad del calor que iba de mano a mano. Después lo miró medio emocionado y como en voz baja, le dijo que estaba todo bien, que se sentara ahí, al lado de él. El viejo le hizo caso.
A eso de las seis y media de la tarde la reunión ya estaba en un punto de bullicio interesante. Habían aportado casi todos, los tres garzones, Yañes, sonidista e iluminador, Panchito, el ayudante del Felipe, el Felipe, Ibañez, el portero y encargado de seguridad, un ex paco de la dina, la temible policía política de la época terrible, ahora oculto en Valparaíso, bajo el doble oficio de artesano del cobre de día y encargado de seguridad del cabaré de noche.
El Vilches y el Alejo se consultaban, sólo faltaba Cuellar. Como quien no quiere la cosa, la Carmen le comentó a la Tere que había hablado con él hacía unas horas. Es más, le comentó la intención del gordo de solventar gastos en los rubros de bebida, trajes, e invitaciones especiales, cosa que suponían tenía que ver con la propuesta del Alberto, de sumar al grupo cubano al baile. Sí, sino no se explicaba muy bien por donde podía venir el tema de esas invitaciones especiales, más allá que el Alejo y el Vilches se permitieron hacer sus conjeturas, que obviamente no se referían a los cubanos, sino a gente de otra nacionalidad americana.
Yañes luego de haber insistido por segunda vez que quería poner música, algo incidental, de fondo al menos, que sino eso parecía una asamblea de evangélicos, a lo que le habían contestado que en esas reuniones ponen música, pero bueno, Yañes se fue para el rack del sonido y seleccionó un mix de Bob Marley, Clapton, Santana y Coker. No, esa no era música de asamblea evangélica. Pero muy suave la puso. El Vilches miró hacia su rincón y le levantó los pulgares. Siempre en jefe, aprobándolo.
Y bueno, el Felipe, secundada por el Panchito y uno de los garzones, el Riquelme, se movilizaron hacia la barra para ponerle un poco de trago al cónclave. Ya, no, protestó la Tere, vamos a terminar todos curados, pero el Vilches la amonestó con ternura, casi implorándole, para que no se pusiera pesada mijita, ya, un traguito y punto, si no es una reunión de alcohólicos anónimos ya, la salida del viejo provocó la risotada general del personal porque si había algo que estaba claro era que de anónimo no tenia nada. El viejo quiso aclarar el concepto para la embarró aún más. Alberto le levantó la mano al Riquelme, para pedirle por favor que a él le trajera sólo un vaso de gaseosa.
Al final llegó Cuellar, ante el abucheo del resto, que lo agredió con malicia sobre los motivos de la demora, que habían retrasado casi para las siete de la tarde el inicio de la sesión. Al pobre gordo se le había pinchado un neumático de escarabajo plateado, cosa excepcional en el autito, que parecía funcionar casi sin combustible, rodar sobre unas ruedas inmortales y no precisar ni aceite ni agua.
Con el pleno de asistentes, el Alejo dio por iniciada la asamblea, no, eso no era eso, bueno, qué estamos haciendo, y a ver si no me están interrumpiendo protestó el marica, que ya se estaba arrepintiendo de haberse hecho el pluralista y todas esas cosas. La reunión, nomás, huevón, si nadie te interrumpe, ya, pero tampoco te vamos a aplaudir cada dos palabras, ah, tranquilo viejo.
Ya, bueno, el Alejo le cedió la palabra a la Tere, y ahí se pusieron todos un poco más juiciosos, siendo como era ella la figura más respetable. La Tere iba a dar lectura a los disfraces que se habían seleccionado de la lista alternativa que habían propuesto. Y esto para qué, para que los que no los habían elegido, no los repitieran, ah, se entiende. Sí, se entiende. O sea, hay gente que se va a disfrazar de tal y cual cosa, no vamos a decir quiénes, eso es así, sino no es fiesta de disfraces, ah, si no hay sorpresa no se puede, no corresponde, eso, no corresponde.
Ahí levantó la mano el Panchito, y preguntó con toda ingenuidad, pero con harta inteligencia, qué tenía de malo de que por ejemplo, hubiera dos compadres disfrazados de oso hormiguero. Ah, porqué no, si iban a ser dos osos hormigueros distintos, seguro que muy distintos. El estaba seguro que ese disfraz no se alquilaba, o sea que tenía que ser confeccionado en la casa, lo cual hacía inevitable que fueran distintos, cosa divertida e interesante, ya que iba a permitir comparaciones, una sana competencia incluso.
El Panchito había hablado todo el tiempo con la mano levantada, no sabía muy bien cómo era eso de la participación, pero bien que lo había hecho. Así que cuando terminó de hablar seguía con la mano en alto. Ante el silencio del resto. El Alejo, a cargo de la conducción de la reunión, no atinaba a entender si el Panchito pensaba seguir hablando, y por eso no bajaba la mano, o si se había contracturado, ante la emoción que debía experimentar por haber dejado mudos a doce huevones, con el perdón de las damas, con una salida que nadie imaginaba. Le hizo un gesto al fin con la mano para que bajara el brazo, cosa que el chico hizo.
Las cabezas visibles de la organización se miraron, ya, no daba para un cuarto intermedio, suspender la reunión para deliberar o alguna marranada por el estilo. No, había que seguir con una reunión que recién se iniciaba, pero salir cuanto antes de ese interrogante que había planteado el Panchito porque sino la democracia se iba a la mierda.
Tomó entonces la palabra el Alberto, que no quería quedarse afuera, siendo como era el caso en cuestión, el del oso hormiguero, una propuesta que había hecho hacía como mil años la gallega, en una noche en que se había ido volando en una alfombra, al país del nunca, demasiado lejos.
El Alberto entendía la inquietud del Panchito y le parecía sumamente interesante, pero, bueno, como con casi todas las acotaciones de ese tipo, las interesantes, inconducente. Ya, y porqué, porque la mayoría de los disfraces del listado alternativo no se conseguían en ninguna parte. O sea que casi todas esas alternativas debían ser resueltas artesanalmente, y de eso se trataba en el fondo la propuesta, trabajar juntos, en equipo, con el fondo que había para hacerlo, para que los trajes fueran un poco de todos.
Ya, compadre, una fiesta socialista, terció el Riquelme, que tenia aún cierta militancia. No, gritó casi el Vilches, no, por favor, no metamos la política en esto que se va todo a la chucha, por favor. No. Ya, bueno, no, no es socialista, ni comunista, ni colectivista, nada de eso compadre, un trabajo de equipo, como en Brasil, qué se yo, como hacen los yanquis en Nueva Orleans, para el carnaval, esa es la idea.
Y, bueno, el aporte del Alberto no era muy feliz que digamos, sobre todo para el Panchito, que ahora levantaba las dos manos. Ahí, y sin darle la palabra, Alejo lo interrogó medio salido del rol, algo agresivo. Que bueno, que si él quería ser el oso hormiguero que lo fuera, ya, era eso, ah, Pancho, querís lucirte con una trompa así de larga, ah, es tuyo.
No huevón, ahí la reunión amenazaba irse en contados minutos a la chucha. Ahí levantó la mano el Cuellar. Se fueron aquietando los ánimos porque el gordo mal que bien, más mal que bien por cierto, sostenido por su metro ochenta y sus cien kilos, imponía respeto a la fuerza.
El gordo impuso un sentido común que le estaba faltando al grupo, quitándole sin querer la batuta al Alejo, que por cierto no era idóneo para tal cometido. Habló con calma, con buena voz, lleno de afecto para con todos.
A él le parecía que todo tenía que ser más sencillo, si bien entendía la iniciativa y por cierto que la apoyaba, la propuesta tenía que servir para unir, para juntarlos pero de manera divertida. No tenían que enroscarse en discusiones que siempre separan, hieren susceptibilidades, ya, no aportan para que el clima de la fiesta crezca.
El grupo, el equipo, a su modesto entender, no era algo que se decretaba. Se hacía solo. Cosa que no dudaba que de alguna manera iba a pasar. Pero él veía, lo veía como todos por la tele, que las escolas brasileñas trabajaban juntas porque todos, todos o casi todos, se disfrazaban de los mismo. Y esa no era la idea. Le parecía entonces que no tenían que ponerse a copiar a nadie, y hacer de esa fiesta para inaugurar la casa de la Carmen, que eso era lo que querían todos, de la mejor manera posible. Es más, y sin que nadie se ofendiera por ello, él estaba dispuesto a aportar la plata que faltara para que no se quedaran cortos.
La intervención del gordo no pudo continuar porque un cerrado aplauso se lo impidió, eso sí que era hacer política. Bien Cuellar, te pasaste gordo, ah, de lujo.
El Vilches, algo tocado en el orgullo, tomó como correspondía la palabra, le agradeció en nombre de todos y en el suyo propio, ya que él había sido el impulsor de la movida, y quien había aportado la primer suma de plata para que el proyecto cundiera, pero le pidió por favor al gordo y al resto, que les permitieran continuar con el procedimiento, que entendía no iba a afectar la ideología de Cuellar ni de nadie, sobre las características del trabajo en equipo, pero que bueno, que la escucharan todos a la Tere, que no era tan raro lo que se estaba proponiendo. Y bueno, que sí, que hable, somos todo oídos.
Ahí empezaron las sorpresas. La primera, nadie había elegido el disfraz de oso hormiguero. Cosa que hizo que el Panchito se ligara un cariñoso cachetazo en la nuca de Riquelme, el garzón, que estaba sentado al lado. Bueno, lo que tenemos hasta ahora, continuaba la Tere, es un dragón, ah, ahí se levantó un murmullo, eso sí que era lindo, tan lindo como difícil, bueno, seguía, un torero, una pantera rosa y un marciano. Sólo eso.
La carcajada el grupo convalidó el esfuerzo que hacían desde una hora para abordar el tema. Puta que eran huevones. Puta que somos huevones, bien chilenos ah, puta con la historieta. Tanto atado para esto, ah, por cuatro trajes. Si, parecía chiste, pero no dejaba de ser un inocultable síntoma de que necesitaba más manija la fiesta, así como venía estaba en el borde del fracaso.
Ahí fue cuando Cuellar volvió a levantar la mano y propuso que se invitara formalmente a los cubanos, y que en el hipotético caso, bueno, no tan hipotético, pero que sí, si llegaban a pedir alguna plata, él se hacía cargo del costo, que los contrataran. Qué, te sacaste el loto pues gordo, ah, cobraste una herencia, y así, las tallitas lo rodeaban, insidiosas, ante una generosidad y una opulencia que dejaba a la Carmen muy incómoda, ante la inminencia de un gesto que no le salía, que la ponía muy tensa.
De todas maneras la propuesta de Cuellar fue sometida a votación y aprobada en forma unánime, sobre todo por las dos cubanas del grupo, unas morenas que estaban rebuenas y que era mejor que no se disfrazaran de nada, es más, que, nada, nada, la mirada de la Tere continuaba poniendo un exagerado freno a un grupo que no tenía porque ser ni de boy scauts ni de la acción católica, ahí la pifiaba la Tere, porque eso era un cabaré, no otra cosa. No podía serlo.
El Vilches, más que incómodo, la miraba contrariado y sacudía con reprobación la cabeza. La Tere la sostenía la mirada desafiante, algo provocadora, como dispuesta a no ceder ante una autoridad que entendía ejercía por un derecho natural casi, pero que no era tal, y que esta vez, por primera vez, el Vilches parecía no dispuesto a delegar, a dejársela pasar, ya que lo estaba desautorizando un poco, dejándolo medio en ridículo. Ese no era el comedor infantil de Teresa de los Andes, no tenía que equivocarse tanto la Tere.
Alguien, no se supo quién, tiró la ideita desde el fondo, como para echar nafta al fuego. Así llegó la prohibida palabra, la que nunca pudo circular por el cabaré en los diez años que funcionaba.
Sonó medio raro, porque la voz era como en falsete. Como si un gran títere, de tamaño humano, estuviera jugando con el clima de los ánimos. Stripers, contrátate unas stripers gordo. Ah, se puede ? Carmencita. Insistió el parlante muñeco.
La turquita acusó el mensaje, decodificándolo al tiro en todos los idiomas posibles. Y sí, era mucho mejor que se pusieran en bolas otras y no ella. Claro, no hay problema, el patio de la casa es super discreto, ya, ningún problema.
Y bueno, ahí se incendió el rancho, empezó a subir un griterío, le habían abierto la jaula a las fieras. Puta huevón, joya, eso es una verdadera fiesta. Y sí, más bien, sino parece de kinder, faltaban los payasos y el mago. Ya, ah, todo bien, Cuellar.
El gordo, que tenía sentado como enfrente al Felipe, lo miraba y se reía para adentro. Sabía perfectamente que de ahí había salido la ideita. De ese huevón delincuente que la semana próxima iba a estar en europa y que le importaba ya una mierda lo que pasara en el “Old Tango”.
Y sí, que en el cabaré no hubiera un buen número de stripers había sido una limitación harto arbitraria y de censura que había impuesto la Tere desde la fundación del negocio, creyendo que iba así a limitar al viejo en su tendencia al puterio, cosa que había sucedido por cierto, pero quitándole al lugar un brillo y una intensidad que sin duda le hubiera dado más fama y más réditos.
Claro que era hora de abrir la puerta del cabaré, para cambiarle un poco el aire, pensaba Cuellar. Lo miró al Vilches, que lo estaba esperando, y le dijo que sí con la cabeza. La Tere procesaba la derrota.
No se propuso votación alguna, no era necesario.


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