Hacía veinticuatro horas que la Tere no le hablaba. Así de ofendida estaba, no le perdonaba que la hubiera dejado sola ante esa jauría de perros sedientos de lujuria y descontrol que habían copado el cabaré el día anterior. Qué tremenda injusticia, si poco era lo que a el le cabía ante tal situación; tenía que ver con una fiesta que no se hacía en su casa, con una propuesta que de él nunca ni en broma hubiera salido, que por cierto había sido apoyada por la mayoría, y encima, era una contratación que no iba a saldarse con plata suya. Menos responsabilidad era la nada misma. Puta, de ahí a que a uno metieran preso por malos pensamientos, y, eso sólo se ve en las películas.
Pero la mujer se había refugiado resentida y humillada en un mutismo que lo castigaba, que lo ponía en el rincón, sin postre y sin palabras, consecuente con una desconfianza que había irrumpido en la casa ocupando todo el espacio disponible que le permitía ese silencio.
Y ella sabía muy bien que ese era el principio. Seguro. Era la manera baja y burda de instalar el tema. Después, claro, a sus espaldas, iban a empezar a pergeñar la traición. Sí, con lo necesitado que estaba el negocio de modernizarse, de permitir un espectáculo artístico, sofisticado, con un par de putas sacándose la ropa, erotizando al público y a todos los que en el cabaré trabajaban.
Porqué no iban a intentarlo, si en Santiago, y más cerca, en Viña, había lugares de lujo que lo hacían hace tiempo, con más menos arte. Porqué el “Old Tango” no iba a ser competitivo, globalización mediante. Si en definitiva por el lugar pasaban turistas de todas partes. Porqué se iba a cerrar a un lugar más que merecido de fama, brillo y mayor rentabilidad.
Más que segura. Ya lo veía al Cuellar, comandando la iniciativa, artero, como buen peruano, negociando con el Vilches su derrocamiento, que frenaba el negocio en perjuicio de todos, en detrimento de la calidad, de la excelencia, de ese lugar que desde hacía más de diez años funcionaba así, como cabaré sin stripers, cosa más que rara y loca. Ya, habían dejado pasar demasiado tiempo, no, ya estaba bueno. Ese iba a ser el principio del fin, de ahí a que se convirtiera luego en un antro de puterio iba a haber sólo un paso.
Pero estaban muy equivocados. Ella, la Tere Barrientos iba a presentar batalla. Iban a tener que pasar sobre su cadáver. Se iban a tener que ir con las minas piluchas a otra parte. Y sino la que se iba a ir era ella. Era la guerra.
De más, claro, a lo mejor lo que el Vilches quería era eso, quedarse solo, solo y rodeado de minitas lindas y jóvenes, desnudándose para él, regalonas, prepotentes, llenas de intensión y malicia, bebiendo champagne de los zapatos blancos del viejo.
Así iba a terminar, verde y caduco, llenándose los ojos como un voyeur decadente y frustrado. Claro que sí, el Vilches no había estado ajeno a esa canallada, en complicidad con el peruano. Se la habían pasado al cuarto, lo habían hecho con una jugada magistral, soberbia, delante de sus narices, democráticamente, organizando una fiesta que había contado con ella como madrina y promotora. No, si era demasiada burla, una infamia imperdonable.
Pero tenía que serenarse. No acusar públicamente el ofuscamiento y la impotencia que le causaba la puñalada. No mostrar la hilacha. Ella era una señora, una dama, y eso era lo que iba a seguir demostrando. En un primer momento pensó en boicotear directamente la fiesta y anunciarles que no iba, que con ella no contaran. Pero no, no le pareció conveniente evidenciar una debilidad cercana a la renuncia. De ahí a que en una semana estuviera las stripers meneando el poto, en pelotas, en la oficina del Vilches, no había casi escala.
Iba a ir, es más, iba a comportarse como una reina. Eso, de todas maneras, ella iba a ser Cleopatra, la temible egipcia, con una copa de veneno en cada mano y una sonrisa en la boca todo el tiempo. Todavía tenía su buen cuerpo, más que bueno para una mujer de más de cincuenta años. Y también iba a mostrarlo, fatal, provocativa, espléndida.
Allí iba a buscar sus aliados. Confiaba armar un frente contra el puterio con la otra mujer, la Carmencita, que se había allanado sin duda a la propuesta de la stripers en su casa de puro ingenua, inconsciente del peligro que significaba incluso para su trabajo el permitir que entraran esas zorras a mostrarse, inevitablemente, con su belleza y su arte. De la Carmen al Alejo había sólo una mirada. Luego iban a tener la parte más difícil, cual iba a ser rodear al Alberto, para presionarlo con todos los recursos disponibles, que no eran pocos, desbaratando así esa conspiración inspirada por Cuellar y alentada, solapadamente, por Vilches.
Puta con la situación, a menos de dos días para la fiesta, me viene con guerritas de silencios, ah, castigado, en penitencia. Mierda con la mala onda. Puta si dan ganas de cobrársela. Eh, así que soy el responsable de que los huevones tengan ganas de tener una fiesta con todas las de la ley. Ah, Vilches tiene la culpa de que la gente que trabaja en un cabaré, no en el comedor infantil Sor Teresa de los Andes, ah, en un c-a-b-a-r-é, quieran ver un poco de tetas y culos, en una fiestita de disfraces.
Pero de lejos nomás, mujer, de lejos, quién iba a ponerse a pensar en otra cosa. Entonces, viejo pícaro, vas en cana, con cadenas, prisión para el Vilches, por corrupto, por vicioso. Adentro mi alma, y sin derecho a la defensa.
Puta si me dan ganas de mandar todo a la misma mierda. Así, así, para qué chucha voy a ir, ah, para qué. Para estar con cara de poto toda la noche, haciendo como que sonrío, como que me divierto, como que estoy contento con la fiesta, buenísima. Con la Tere de la peor forma, criticando todo, llena de censuras, obsesiva, perseguidora, medio paranoica. La misma mierda, linda la fiesta. Ya, si me cagó la onda.
Y yo sé qué se trae debajo del poncho. Seguro, ella cree que después de la fiesta va a quedar así, como flotando, después de ver el show de las minitas que seguro que va a ser estupendo, ah. Puta qué bueno, Vilches, porqué no les hacemos una prueba al menos, a ver qué pasa con la gente, probemos, Vilches, un sábado, a ver qué pasa, cómo reacciona el público ante una propuesta nueva. Seguro, pero si jugaría plata, yo la conozco.
Y a mi qué me queda, ah? Hacer el papel de huevón, de viejo ridículo, haciendo caras y gestos para que la gente no hable, no diga lo que piensa, que no ofende a nadie, que expresen lo que en realidad piensa todo el mundo, ah, eso que no se entiende, un cabaré en el año dos mil, sin sitripers, ah, si ya es antiguo eso, encima, si ahora los que se ponen en pelota son los tipos, más aún, años hace que se impuso el show erótico con una pareja en medio del escenario, ah, haciendo de todo un poco. Imagínate huevón por dónde andamos nosotros, en el siglo diez y nueve nos quedamos.
Si no la conoceré. Y sí, después es abrirle la jaula a los leones. Y de qué se disfraza el Vilches entonces, ah, y, de domador de leones. Siempre con el látigo en la mano, ah, imponiendo autoridad, respeto, miedo, límites. No, no huevón, ni curado. Eso no le he sido nunca y menos lo voy a ser ahora.
Me voy a disfrazar de algo que me viene, todas las ganas tengo de hacerlo. El disfraz de jeque árabe voy a conseguirme. Aunque tenga que pegarme un pique para Santiago. Así va a estar el Vilches, ah, poderoso, gentil, magnífico. Esta es la única vida que tenemos, viejo, sin ensayos. Los gustos, en vida. Y si la Tere se pone más pesada, va a cometer un error así de grande. Ah, reciclamos el bar como el centro del arte erótico de este país pacato y cartucho, ah, acá, en Valparaíso. Que no me busque porque se va todo bien a la chucha, pero en grande, en serio, con fuegos artificiales.
Pero la mujer se había refugiado resentida y humillada en un mutismo que lo castigaba, que lo ponía en el rincón, sin postre y sin palabras, consecuente con una desconfianza que había irrumpido en la casa ocupando todo el espacio disponible que le permitía ese silencio.
Y ella sabía muy bien que ese era el principio. Seguro. Era la manera baja y burda de instalar el tema. Después, claro, a sus espaldas, iban a empezar a pergeñar la traición. Sí, con lo necesitado que estaba el negocio de modernizarse, de permitir un espectáculo artístico, sofisticado, con un par de putas sacándose la ropa, erotizando al público y a todos los que en el cabaré trabajaban.
Porqué no iban a intentarlo, si en Santiago, y más cerca, en Viña, había lugares de lujo que lo hacían hace tiempo, con más menos arte. Porqué el “Old Tango” no iba a ser competitivo, globalización mediante. Si en definitiva por el lugar pasaban turistas de todas partes. Porqué se iba a cerrar a un lugar más que merecido de fama, brillo y mayor rentabilidad.
Más que segura. Ya lo veía al Cuellar, comandando la iniciativa, artero, como buen peruano, negociando con el Vilches su derrocamiento, que frenaba el negocio en perjuicio de todos, en detrimento de la calidad, de la excelencia, de ese lugar que desde hacía más de diez años funcionaba así, como cabaré sin stripers, cosa más que rara y loca. Ya, habían dejado pasar demasiado tiempo, no, ya estaba bueno. Ese iba a ser el principio del fin, de ahí a que se convirtiera luego en un antro de puterio iba a haber sólo un paso.
Pero estaban muy equivocados. Ella, la Tere Barrientos iba a presentar batalla. Iban a tener que pasar sobre su cadáver. Se iban a tener que ir con las minas piluchas a otra parte. Y sino la que se iba a ir era ella. Era la guerra.
De más, claro, a lo mejor lo que el Vilches quería era eso, quedarse solo, solo y rodeado de minitas lindas y jóvenes, desnudándose para él, regalonas, prepotentes, llenas de intensión y malicia, bebiendo champagne de los zapatos blancos del viejo.
Así iba a terminar, verde y caduco, llenándose los ojos como un voyeur decadente y frustrado. Claro que sí, el Vilches no había estado ajeno a esa canallada, en complicidad con el peruano. Se la habían pasado al cuarto, lo habían hecho con una jugada magistral, soberbia, delante de sus narices, democráticamente, organizando una fiesta que había contado con ella como madrina y promotora. No, si era demasiada burla, una infamia imperdonable.
Pero tenía que serenarse. No acusar públicamente el ofuscamiento y la impotencia que le causaba la puñalada. No mostrar la hilacha. Ella era una señora, una dama, y eso era lo que iba a seguir demostrando. En un primer momento pensó en boicotear directamente la fiesta y anunciarles que no iba, que con ella no contaran. Pero no, no le pareció conveniente evidenciar una debilidad cercana a la renuncia. De ahí a que en una semana estuviera las stripers meneando el poto, en pelotas, en la oficina del Vilches, no había casi escala.
Iba a ir, es más, iba a comportarse como una reina. Eso, de todas maneras, ella iba a ser Cleopatra, la temible egipcia, con una copa de veneno en cada mano y una sonrisa en la boca todo el tiempo. Todavía tenía su buen cuerpo, más que bueno para una mujer de más de cincuenta años. Y también iba a mostrarlo, fatal, provocativa, espléndida.
Allí iba a buscar sus aliados. Confiaba armar un frente contra el puterio con la otra mujer, la Carmencita, que se había allanado sin duda a la propuesta de la stripers en su casa de puro ingenua, inconsciente del peligro que significaba incluso para su trabajo el permitir que entraran esas zorras a mostrarse, inevitablemente, con su belleza y su arte. De la Carmen al Alejo había sólo una mirada. Luego iban a tener la parte más difícil, cual iba a ser rodear al Alberto, para presionarlo con todos los recursos disponibles, que no eran pocos, desbaratando así esa conspiración inspirada por Cuellar y alentada, solapadamente, por Vilches.
Puta con la situación, a menos de dos días para la fiesta, me viene con guerritas de silencios, ah, castigado, en penitencia. Mierda con la mala onda. Puta si dan ganas de cobrársela. Eh, así que soy el responsable de que los huevones tengan ganas de tener una fiesta con todas las de la ley. Ah, Vilches tiene la culpa de que la gente que trabaja en un cabaré, no en el comedor infantil Sor Teresa de los Andes, ah, en un c-a-b-a-r-é, quieran ver un poco de tetas y culos, en una fiestita de disfraces.
Pero de lejos nomás, mujer, de lejos, quién iba a ponerse a pensar en otra cosa. Entonces, viejo pícaro, vas en cana, con cadenas, prisión para el Vilches, por corrupto, por vicioso. Adentro mi alma, y sin derecho a la defensa.
Puta si me dan ganas de mandar todo a la misma mierda. Así, así, para qué chucha voy a ir, ah, para qué. Para estar con cara de poto toda la noche, haciendo como que sonrío, como que me divierto, como que estoy contento con la fiesta, buenísima. Con la Tere de la peor forma, criticando todo, llena de censuras, obsesiva, perseguidora, medio paranoica. La misma mierda, linda la fiesta. Ya, si me cagó la onda.
Y yo sé qué se trae debajo del poncho. Seguro, ella cree que después de la fiesta va a quedar así, como flotando, después de ver el show de las minitas que seguro que va a ser estupendo, ah. Puta qué bueno, Vilches, porqué no les hacemos una prueba al menos, a ver qué pasa con la gente, probemos, Vilches, un sábado, a ver qué pasa, cómo reacciona el público ante una propuesta nueva. Seguro, pero si jugaría plata, yo la conozco.
Y a mi qué me queda, ah? Hacer el papel de huevón, de viejo ridículo, haciendo caras y gestos para que la gente no hable, no diga lo que piensa, que no ofende a nadie, que expresen lo que en realidad piensa todo el mundo, ah, eso que no se entiende, un cabaré en el año dos mil, sin sitripers, ah, si ya es antiguo eso, encima, si ahora los que se ponen en pelota son los tipos, más aún, años hace que se impuso el show erótico con una pareja en medio del escenario, ah, haciendo de todo un poco. Imagínate huevón por dónde andamos nosotros, en el siglo diez y nueve nos quedamos.
Si no la conoceré. Y sí, después es abrirle la jaula a los leones. Y de qué se disfraza el Vilches entonces, ah, y, de domador de leones. Siempre con el látigo en la mano, ah, imponiendo autoridad, respeto, miedo, límites. No, no huevón, ni curado. Eso no le he sido nunca y menos lo voy a ser ahora.
Me voy a disfrazar de algo que me viene, todas las ganas tengo de hacerlo. El disfraz de jeque árabe voy a conseguirme. Aunque tenga que pegarme un pique para Santiago. Así va a estar el Vilches, ah, poderoso, gentil, magnífico. Esta es la única vida que tenemos, viejo, sin ensayos. Los gustos, en vida. Y si la Tere se pone más pesada, va a cometer un error así de grande. Ah, reciclamos el bar como el centro del arte erótico de este país pacato y cartucho, ah, acá, en Valparaíso. Que no me busque porque se va todo bien a la chucha, pero en grande, en serio, con fuegos artificiales.
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