jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 50. Bellavista

Cuellar había delegado en él la cuestión de las stripers, un poco porque lo creía capaz de resolverlo en el poco tiempo que disponían, dos días, y otro tanto por saberlo fiel y capaz de negociar el tema de la plata con criterio y honestidad. De más, compadre, lo único que falta es pensar que el Felipe lo puede cagar al Cuellar por unas monedas.
Pero el motivo principal de que el gordo le hubiese encomendado la divertida y super placentera misión de traerse al menos un par de stripers para la casa de la Carmen, el domingo por la noche, era que esa ideita la había echado a rodar este poeta y abogado que partía en menos de una semana para europa, y quería de esa manera continuar con ese entendimiento de bucaneros que se habían permitido, esa rara hermandad de los mares y las islas, capaces de generosidad, entrega, coraje y sacrificio. Era también la forma que habían preferido para despedirse.
Ahora que la misión fuera placentera y divertida no era así como sí, per se, por definición, por libre asociación de palabras. No, huevón, como en cualquier otra huevada, si uno no tiene un poco de calle, imaginación y un mínimo de sentido de la oportunidad y mínimo manejo de las relaciones públicas, y, puede convertirse en una tarea riesgosa, densa, insalubre diríamos, y con poquísimas probabilidades de éxito. Sobre todo en un país como ese, al que no le ha quedado otra que vivir de espaldas al mundo desde siempre, apoyándose en una cordillera más que alta para no caerse al agua. Mirando a los chinos, allá, lejos.
Y sí, un poco Cuellar lo había mandado a la calle, así, como diciéndole, ya huevón, a ver cómo resuelves con un siete esa ideita tan pero tan rebuena que tiraste, como un petardo, antes de irte a la chucha europa. A ver cómo, compadrito. Que ni en las páginas doradas de la guía telefónica ni en internet salen estas chicas, ofreciendo servicios a domicilio, para desnudarse en un cumpleaños. Si no es Buenos Aires esto, sin ir más lejos, tan libertina, medio europea. Ni hablar, huevón, el manso atado que tienes que resolver Felipe. Y en menos de dos días. De qué vas ahora a disfrazarte, Felipillo. Ah, de aprendiz de cafisho al que la falta la tesis, el postgrado de chulo.
Ni pensar en buscar a las stripers ahí, en Valparaíso porque los pocos lugares que ofrecen tales espectáculos son de los denominados tugurios, o lugares de mala muerte. Viejas, gordas, feas, definitivamente desagradables son las pobres comadres que se ponen un poco en pelotas en esos lugares, sin gracia, sin arte y llenas de rencor y culpa. Una verdadera porquería. Sumado a que si tú te mandas ahí a buscarlas, más que probable es que salgas con una puñalada en la espalda, así, como con el mensaje. Error, huevón, aquí no era.
No se iba a poner a hacer un análisis medio ingenioso o sociológico sobre el tema porque no tenía tiempo, lo único que le cerraba era que tenía que irse a Santiago, lo más cosmopolita y moderno que tenían, más allá que sabía que en la capital tampoco la huevada se resolvía tan fácil. Pero bueno, era su ciudad, más menos tenía contactos, gente conocida, más allá que no era un tipo de la noche ni lo iba a ser nunca.
Le pidió prestado el wolkswagen al Cuellar y se mandó raudo por la autopista, para la capital a la que llegaría en menos de dos horas, a resolver cuanto antes un tema que ya a esta altura estaba tomando la categoría del desafío. No era el Felipe de andar echándose para atrás ante tales obstáculos. Mucho menos en estas circunstancias, casi en cuenta regresiva para su partida. Y sí, viajaba bastante motivado. Conociéndose cada vez más y mejor, buscándose los límites. Un poco dándose gusto.
Ya en Santiago ni siquiera pensó en pasar por la casa de los padres, en el elegante barrio de Las Condes. No, se mandó para el barrio Bellavista, el centro de la bohemia y la pequeña vida nocturna de la capital, que competía ahora con propuestas similares que se desarrollaban en barrios más alejados del centro, como el de Ñuñoa, o el mismo barrio Brasil, la zona más antigua de la ciudad, que estaba siendo recuperada y reciclada, promoviendo una movida super interesante pero sin la suficiente fuerza como para desplazar a Bellavista, cosa que era sólo cuestión de tiempo.
En Antonia Lope de Bello al 0100, estacionó el wolks 58 y pasó al microcine del barrio, un lugar pequeño, cálido y medio culturoso, pero con una onda algo transgresora, alternativa, espacio cultural under que estaba a cargo del Manuel Irarrázabal, un documentalista medio izquierdista, secundado por una banda de cinéfilos que se autoconvocaban. Todo esto lo hacían con plata de los españoles, quienes astutamente propiciaban estas y otras manifestaciones de la cultura en la capital santiaguina, como una modalidad de penetración imperial novedosa, creativa. Mucho más interesante que la norteamericana, al menos.
Lo cierto es que en el microcine el Felipe podía estar tomando cerveza y hablando huevadas durante horas sin ser molestado, todo lo contrario, era muy bien recibido. En más de una oportunidad el Manuel lo había invitado a leer sus poemas o a dar una charla sobre el surrealismo, cosa que por supuesto no se había concretado. También al lugar caían lindas minitas, medias piradas, de levante o no, para curtir el ocio, la charla improductiva, o algún proyecto atractivo, delirante.
Para ese lado pensaba encaminar un poco la búsqueda el Felipe. Era consciente que la noche en Santiago, como en cualquier otra gran ciudad del mundo, tiene sus códigos. El no los conocía, y lo que menos tenía eran tiempo y ganas para hacer un curso intensivo que lo pusiera en onda con el tema de las stripers. Los muchachos de la noche eran patos malos que le iban a retorcer los deditos de la mano y lo iban a sacar con una buena patada en el culo, en cuanto lo vieran acercarse a un de estas chicas en la barra, sin imaginar siquiera sus intenciones, en cualquiera de los buenos lugares de strip tease que en el centro había. Ni loco.
Conocía a la Maga, una loca divina que era bailarina y coreógrafa, que paraba a veces en el microcine, para incitar al Manuel a la producción de algún video arte, para huevear sin apuro, hacerle al trago y llevarse algún compadre a la cama cuando le daba la gana. Algún encuentro mínimamente satisfactorio había tenido con la mina en esos tratos, tan mal recuerdo no le había quedado.
La Magalí Antúnez era una comadre de Nuñoa, media hippie y media fashion, casi atípica, pero con un cuerpo bastante bueno y super loca, de esas que se habían puesto a bailar en pelotas como diez años antes, recién estrenada la democracia, ante la reprobación de la mayoría de los grupos de danza contemporánea que venían de la izquierda, la indiferencia del resto, o sea de la mayoría, y el apoyo incondicional de un grupúsculo de transgresoras como ella, con las cuales habían formado esa compañía pequeña y alborotadora que había hecho su época, una estrella fugaz que había pasado por el breve cielo de la danza santiaguina, dejando una estela tan brillante como corta.
El Pepe Gómez, en la barra, le había dicho que la Maga tenía que pasar en media hora, que se iba a juntar con Irarrázabal, el “Ira”, apodo que cargaba el Manuel, tanto por su carácter como por el resabio ideológico que aún le permitía solventar sus aventuras estéticas. Siendo marxista sin serlo, siendo revolucionario sin serlo, eso sí, ser tan astuto y oportunista como los mismos españoles a los que les sacaba la plata.
La Maga llegó antes, bonita, sensual, escandalosa. Demandando la inmediata atención de los hombres y mujeres que hubiere en el espacio en donde ella entraba. A veces a los gritos. Eso fue lo que hizo cuando lo descubrió en la barra a él, al Baeza, al Felipe Baeza. Grito y abrazo y dónde te habías metido, maldito y cuéntame toda ya, al tiro. Ay, que me muero de curiosidad, cerveza Pepe, bien helada, dónde, en Valparaíso. De todas maneras, sí, Felipe, aunque no hubiera plata. Mira, tengo dos comadres que vienen a la pinta, la Sole, sí, mi prima, que creo que también te la tiraste, maldito, y una chiquilla que es un infierno, bellísima, es modelo también, la Vale. Uh, se van a volver locas con la idea. De todas maneras, ah, y si es por esa plata, encantadísimas, de lujo, te pasaste, Felipe.



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