jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 5. Pink Floyd

Sentados juntos, en la cama, la Carmen y Alejo daban ritualmente cuenta de un mediano pito o cuete chilensi, bien conocido en otra latitudes como porro, chala, joint, macoña, o lisa y llana canabis, marihuana. La turca sentada a lo india, y el otro con las piernas largas y flacas estiradas, con una almohada detrás, en los riñones. Habían transitado de la radio cooperativa a un cidi que mostraba la luna en su lado más oscuro y ahora insistía en que quisiera que estuvieras aquí.
La Carmencita, fiel a su estructura emotiva, le había pasado un brazo por los hombros y le acariciaba la cabeza con una ternura que hablaba tanto de cariño fraterno como de una incipiente calentura. Pero bueno, la turca era así y Alejo la dejaba seguir, total, no era ni la primera ni la última vez que con su condición sexual iba a tener que desilusionar a la amiga.
Estaban en un estación en donde la comunicación no recurre demasiado a las palabras, vaya que si ya le habían dado a la lengua en demasía, el diálogo pasaba ahora por el discreto trance del silencio, de la sensación más en la piel, en lugares tan inverosímiles como los dedos de los pies o por las vísceras, preludio cierto de un polvo con todas las de la ley, o un inmerecido bajón sentimental, resabio adolescente de alguna emoción no bien digerida, de un empacho amoroso, o peor aún, de un amor no correspondido. Así y todo, para sorpresa de ambos, Alejo se pronunció manso y tranquilo.
- Tú por lo menos lo tuviste un buen rato en la cama, cochina, bien que te lo habrás pasado.
Carmencita tomó el huiro entre el pulgar y el índice la mano derecha, la libre, y lo succionó como debía, jugó un poco con el humo, tosió como era previsible y luego exhaló una delgada y azulina línea de humito que fue desatándose a metro y medio de su boca.
Hacia maravillas con la boca la turquita. Lo miró de costado, le buscó la mirada, luego que la tuvo ahí, a tiro, la dejó quedarse un poco quieta, le sonrió con toda la tristeza del mundo y poco a poco fue bajando los ojos hasta la boca del amigo, la encontró fresca, sincera, ahora algo entreabierta, recibió con piedad la amable mueca de los labios de marica remojándose con la punta de la lengua, ahí se dirigió, justa y directa.
Lo besó primero con ternura, con tremenda ternura y comprensión del mundo. Alejo la dejaba hacer, sabía muy bien hasta dónde la iba a dejar, tanto como que se sentía obligado a responder a esa soledad de la Carmen, con quien compartía además la complicidad del secreto amor no correspondido que los unía.
Después la turca le fue poniendo más pasión, le abrió la boca con los dientes y la lengua, empezó a deglutir los más o menos bajos niveles de virilidad que el pobre podía emitirle.
Cuando le apoyó la mano en el pecho sabía que estaba entrando en una calle que no tenía salida, otras veces la había incursionado y el final de la historia era más que frustrante, pero no, esta vez, o porque el faso era muy bueno, o porque el dolor y la angustia que compartían era más intensa y distinta, o porque el cuento del traje del ángel más el pito los había dejado así, demasiado bien volados, o porque los floyd y ese tema del amigo que se había ido así, dejándolos con una extrañes enorme, les hacia hacer estas cosas medio raras.
Y sí, era como para que en definitiva estuviera pasando esto, cuando la Carmen bajó hasta la entrepierna del amigo marica y le abrió uno por uno los botones del impecable pijama, sacó de entre el blanco linón el fuerte miembro de amigo, y se lo empezó a beber con una parsimonia y una sabiduría ontológica.
Alejo, más sorprendido que ella, sólo atinó a acariciarle con una ternura infinita la enrulada y furiosa cabellera. La dejó seguir y poco a poco lo fue serenando una sensación inaudita, con esa convicción que había sostenido tantas veces casi mamándole la verga a cualquiera, experimentó por vez primera cómo su penca se le iba poniendo tiesa, gracias a la lenta y gustosa lambida de esta hermana y amiga que había sabido escuchar y sostener desde hacia ya unos buenos años, y que ahora se la estaba mamando con un sed que le llenaba la boca.
Y la turca no pretendió nada más que eso para ella, no quiso abusar de su hermano ni saciarse de otra manera, cuando el semen de Alejandro le llenó la garganta, con gusto y amor se lo fue tragando, como si ese extraño regalo del marica fuera el sumun de un cariño entrañable y la coronación de un gozoso trance. Cuando levantó la cabeza para mirarlo, encontró los ojos de Alejo llenos de lágrimas. Le apoyó la cabeza en el pecho y se quedó quieta, escuchando como el corazón del amigo batía las alas como una torcaza en su mano. Alejo prefirió las palabras.
- Te pasaste, Carmencita, te pasaste-. Hizo una breve pausa mientas le pasó suavemente la mano por la boca a la hermana, tomando de la comisura de sus labios una gota de leche que le había sobrado y se la llevó a su boca. Siguió con la extraña declaración de amor que lo abrumaba. - Y ahora sí, Carmencita, ahora sí que somos hermanos de leche.
La turca al fin pudo aflojarse y también rompió a reír y llorar a un tiempo.
- Y de qué leche, locura. Tú fuiste el que te pasaste. Lo único que me enferma es que no se la vamos a poder contar a nadie. No lo creerían.
- Secreto, turquita, secreto inviolable, como el traje de ángel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Críticas y comentarios...