Había sido una fina insinuación del Felipe. Tan atinada, como sutil y técnica. Y sí, la idea no era que las comadres se mandaran una coreografía en pelotas, no, tenían que bailar desnudas, pero dentro de los códigos de ese arte, no era danza contemporánea transgresora, para un público de especialistas, de críticos, no, ellas iban a erotizar sin vueltas, sino no servía, iba a caer como una patada en las huevas si se pasaban de creativas, de modernas.
El Felipe le dio un adelanto antes de volverse a Valparaíso esa misma noche. Para el viático, para el maquillaje y el vestuario, y para que se fuera con la Sole y la Valeria, esa misma noche, a ver el mejor espectáculo de stripers de Santiago, en el “Decamerón”, el night club más antiguo y sofisticado, por la Alameda, pasando el Museo de Bellas Artes.
La Maga con un poco de plata en la cartera era un peligro. Esa noche tenía algo más que un poco. Pasó a recoger a las chiquillas en su topolino, otro sobreviviente de los sesenta. Vestida como para matar se había ida la Maga, y no esperaba menos de la Sole, su prima, ni de la Vale. Confiaba que con una buena propina las dejaran entrar, no tanto porque iban a parecer tres putas caras, de levante en un territorio en donde no eran conocidas, sino porque Valeria no tenía aún veintiún añitos, era menor entonces, y no le iban a permitir la entrada.
De más está decir que las tres estaban de negro. Daba gusto el mirarlas y sorprenderse de cómo con esa negación del color se podía dejar jugar a la imaginación ante la variedad de texturas, formas y movimientos sugeridos por las diversidades de lo mismo.
La Maga con unos pantalones de seda, una camisa también de seda con motivos búlgaros y un pañuelo de gasa en el cuello, zapatos de charol, muy finos en la punta y un cinturón del mismo cuero. La Sole con un vestido largo de terciopelo, pegado al cuerpo, muy escotado, ajustadísimo, con la espalda y los hombros desnudos, con guantes en verano se había ido lo loca y sandalias sin talón, tipo babuchas.
Y la Vale, y, Valeria estaba más que decidida a que no le dejaran entrar en ningún lado. Pantalón de cuero de víbora, en tonos de grises y negro, onda calzas, sandalias con taco aguja, y una camisa negra de manga larga, transparente, por afuera del pantalón, sin sostén la Valeria, exhibiendo con prepotencia y orgullo la perfección de sus pechos y el tamaño de sus pezones, oscuros, a pedir de boca. El maquillaje y los perfumes completaban una rapsodia intensa.
Así llegaron hasta la puerta del “Decamerón”, seguras, atrevidas, poderosas, como para pasar a través de las paredes, invencibles. Y sí, pasaron como por un tubo. Derechito a una de las mejores mesas, el champagne llegó como una invitación de la casa, en un abrir de ojos. Bien por ellas, luego de brindar bajó la intensidad de la luz y subió el volumen de la música. Sí, de esa para bailar desnudas.
Es bueno señalar que era la primera vez que estas mujeres miraban un espectáculo de ese tipo, la mirada entonces más allá de ser femenina era un poco la del descubrimiento de un mundo. Raro, excitante, medio prohibido en un punto, no hecho para el placer de sus ojos, que curiosos y deslumbrados, iban de la pasarela a la barra, al resto de las mesas, ocupadas por hombres solos, o por dos o tres huevones en banda, entre alzados y aburridos, y una que otra pareja buscando vaya a saber qué satisfacción, luego de una cena romántica. Después se miraban entre ellas, como en qué onda, no, comadre, dónde estará nuestro límite. Por dónde haremos que pase nuestro arte.
La Maga y la Sole cuchicheaban entre ellas, criticonas, echándose tallas, bromistas, buscando desdramatizar la situación y pasarla lo mejor posible, relajarse, ya que estaban en el baile. Valeria, medio autista, en su mundo, en el goce de sí misma, imaginándose ahí arriba, mucho más bella y mejor bailarina que esa niña, que no lo hacía para nada mal de todas maneras.
La primer botella de champagne se había ido detrás de las burbujas, bailando con la música. Una más y basta, ya chiquillas, que no vamos a gastarnos aquí toda la plata. La Maga había llevado unos cigarritos de Indonesia, de clavo de olor, color violeta, que les iba dejando la boca llena de un sabor dulzón, anestésico.
Lo que más les llamaba la atención hasta ahora era que todos los cuadros eran individuales. Sí, seguro, entendían el porqué, más allá de que les daba un poco de lata. Era un clásico, pero también tenía que ver con un país que ellas no preferían, que no les daba gusto, que había decretado no tocarse por temor al calor de la piel de un semejante, de un humano lleno de mensajes, de señales que valía la pena escuchar, al menos dejar emitir. No, ese país no le hacía bien a ellas ni a nadie, y sobre todo las aburría hasta el hartazgo.
Y con la música también se podía investigar, dar un paso más. Y la luz, Sole, la luz, tú que andas modelando sabes hasta dónde se puede llegar con una buena luz, o con una buena sombra, opinó Valeria, que por primera vez en la noche hablaba. En blanco y negro, no Vale, completó la Sole, dando otro paso hacia ese vacío que las esperaba en un patio, al aire libre, en Valparaíso, en dos noches.
El Felipe le dio un adelanto antes de volverse a Valparaíso esa misma noche. Para el viático, para el maquillaje y el vestuario, y para que se fuera con la Sole y la Valeria, esa misma noche, a ver el mejor espectáculo de stripers de Santiago, en el “Decamerón”, el night club más antiguo y sofisticado, por la Alameda, pasando el Museo de Bellas Artes.
La Maga con un poco de plata en la cartera era un peligro. Esa noche tenía algo más que un poco. Pasó a recoger a las chiquillas en su topolino, otro sobreviviente de los sesenta. Vestida como para matar se había ida la Maga, y no esperaba menos de la Sole, su prima, ni de la Vale. Confiaba que con una buena propina las dejaran entrar, no tanto porque iban a parecer tres putas caras, de levante en un territorio en donde no eran conocidas, sino porque Valeria no tenía aún veintiún añitos, era menor entonces, y no le iban a permitir la entrada.
De más está decir que las tres estaban de negro. Daba gusto el mirarlas y sorprenderse de cómo con esa negación del color se podía dejar jugar a la imaginación ante la variedad de texturas, formas y movimientos sugeridos por las diversidades de lo mismo.
La Maga con unos pantalones de seda, una camisa también de seda con motivos búlgaros y un pañuelo de gasa en el cuello, zapatos de charol, muy finos en la punta y un cinturón del mismo cuero. La Sole con un vestido largo de terciopelo, pegado al cuerpo, muy escotado, ajustadísimo, con la espalda y los hombros desnudos, con guantes en verano se había ido lo loca y sandalias sin talón, tipo babuchas.
Y la Vale, y, Valeria estaba más que decidida a que no le dejaran entrar en ningún lado. Pantalón de cuero de víbora, en tonos de grises y negro, onda calzas, sandalias con taco aguja, y una camisa negra de manga larga, transparente, por afuera del pantalón, sin sostén la Valeria, exhibiendo con prepotencia y orgullo la perfección de sus pechos y el tamaño de sus pezones, oscuros, a pedir de boca. El maquillaje y los perfumes completaban una rapsodia intensa.
Así llegaron hasta la puerta del “Decamerón”, seguras, atrevidas, poderosas, como para pasar a través de las paredes, invencibles. Y sí, pasaron como por un tubo. Derechito a una de las mejores mesas, el champagne llegó como una invitación de la casa, en un abrir de ojos. Bien por ellas, luego de brindar bajó la intensidad de la luz y subió el volumen de la música. Sí, de esa para bailar desnudas.
Es bueno señalar que era la primera vez que estas mujeres miraban un espectáculo de ese tipo, la mirada entonces más allá de ser femenina era un poco la del descubrimiento de un mundo. Raro, excitante, medio prohibido en un punto, no hecho para el placer de sus ojos, que curiosos y deslumbrados, iban de la pasarela a la barra, al resto de las mesas, ocupadas por hombres solos, o por dos o tres huevones en banda, entre alzados y aburridos, y una que otra pareja buscando vaya a saber qué satisfacción, luego de una cena romántica. Después se miraban entre ellas, como en qué onda, no, comadre, dónde estará nuestro límite. Por dónde haremos que pase nuestro arte.
La Maga y la Sole cuchicheaban entre ellas, criticonas, echándose tallas, bromistas, buscando desdramatizar la situación y pasarla lo mejor posible, relajarse, ya que estaban en el baile. Valeria, medio autista, en su mundo, en el goce de sí misma, imaginándose ahí arriba, mucho más bella y mejor bailarina que esa niña, que no lo hacía para nada mal de todas maneras.
La primer botella de champagne se había ido detrás de las burbujas, bailando con la música. Una más y basta, ya chiquillas, que no vamos a gastarnos aquí toda la plata. La Maga había llevado unos cigarritos de Indonesia, de clavo de olor, color violeta, que les iba dejando la boca llena de un sabor dulzón, anestésico.
Lo que más les llamaba la atención hasta ahora era que todos los cuadros eran individuales. Sí, seguro, entendían el porqué, más allá de que les daba un poco de lata. Era un clásico, pero también tenía que ver con un país que ellas no preferían, que no les daba gusto, que había decretado no tocarse por temor al calor de la piel de un semejante, de un humano lleno de mensajes, de señales que valía la pena escuchar, al menos dejar emitir. No, ese país no le hacía bien a ellas ni a nadie, y sobre todo las aburría hasta el hartazgo.
Y con la música también se podía investigar, dar un paso más. Y la luz, Sole, la luz, tú que andas modelando sabes hasta dónde se puede llegar con una buena luz, o con una buena sombra, opinó Valeria, que por primera vez en la noche hablaba. En blanco y negro, no Vale, completó la Sole, dando otro paso hacia ese vacío que las esperaba en un patio, al aire libre, en Valparaíso, en dos noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Críticas y comentarios...