Le habían sacado los puntos, que eran cinco, pocos, pero no tan pocos por estar ahí, en el borde superior del labio, a la izquierda. Así le había dicho el médico de la posta que se partían las bocas, ya fuera de derecha o de revés el golpe, al topar el labio con el colmillo, al reventar mejor dicho entre el colmillo y el puño o el dorso de la mano del agresor, claro, el labio en el medio.
Sí, había sido más que bonito e ilustrado el relato, sí, la primera vez se lo había contado, cuando le zurció la boca como una media. Ahora, cuando le sacó los puntos le dijo que había quedado perfecta, que ni se notaba la pequeña cicatriz, que en uno o dos meses iba a desaparecer por completo. Sí, que podía usarla sin miedo, como siempre.
Al espejo se miraba la Carmen, en el baño de su casa. Estaba esperando al Alejo, a punto de llegar con su maquina de coser portátil, el Panchito y Rilquelme de asistentes, con las compras que habían hecho del fondo de los disfraces. Se iban a poner a trabajar a toda máquina, a toda singer, para sacar como pudieran los disfraces que hacían falta. Iban a suspender sólo para ir a cumplir con el trabajo, en el cabaré, y luego de vuelta, a terminar los trajes.
Triste, muy triste estaba la turquita, más allá que mañana por la noche se inaugurara su casa públicamente con tamaña fiesta. Sabía que cuando la fiesta terminara iba a estar aún más triste. No le entraba ya en el alma el tener que poner su sexo en juego porque alguien había sido generoso en exceso con ella. Eso era un grado menos que ser una puta. Sólo un grado.
Y que la vida la hubiera llevado tantas veces a hacerlo, más o menos confundida, haciéndose más o menos la huevona, y por muchísimo menos, puta, por la chucha, cómo para no estar triste, comadre, si por ahí no era el camino, así no le gustaba la vida.
Ser mina es abrir las patas porque te regalan un par de medias, un perfume, un puesto de cajera en un super, un celular, a ver, qué más, un viaje, ah, un tirito de coca, un porro, un compacto, una, sí, una cuota de quince lucas para que termines de comprar tu casa.
Qué asco, qué inmundicia. Y tú haciéndote la enamorada con el Alberto. Diciéndole verdades. Cómo para que no te rompan la boca, comadre. La cabeza tenían que haberte partido. Linda, la mina. Puta, huevona, eres una p-u-t-a. Y la fiesta ahora, ah, que no falte nada. Que lo llame y le diga lo que falta, que ni piense en el tema plata. Seguro, después se conversa, no, Cuando tú quieras, de todas maneras, tranquila, Carmen, tranquila.
Y sí, un poco tenía que decidirlo. Nada sencillo, porque tenía sus vueltas el tema. O era puta, o era hija de puta. Ah, más o menos. Porque darle cuerda a un compadre para que abra la chequera, ah, dándole aire para que el huevón ponga plata, y después decirle que no, que él se confundió con ella, o peor aún, que ella estaba confundida, mi madre, ahí te rompen la cara de nuevo, y te lo vuelves a merecer comadre. Y sí, eso es ser una reverenda hija de puta, yo también le pegaría a esa mina.
O era él nomás el que se había ido de boca, aquella noche en el cabaré, con el Alejo y ella, de sobremesa, haciéndose un festín de coca. Había que ponerse a hilar más fino, finito. Y sí, ella se había sentido super cuidada, contenida, imagínate, tú cuentas que te falta un treinta por ciento para la casa, qué de dónde lo sacas, ah, de algún prestamista, y el otro salta, con la nariz toda blanca, qué por favor, que tú tranquila, ah, cómo es la cosa entonces. Y ahí nomás estabas tú, bailando arriba de la mesa comadre, así había sido.
Y, había que haberle dicho que no al tiro. No, Cuellar, no, de más, super agradecida, pero nada que ver, gordo, no, sólo era un comentario el que hice, no te estoy pidiendo a vos la plata. Eso era lo que había pasado u otra cosa. A ver las intenciones, para qué contó ella lo que le pasaba esa noche, sí, bueno, porque el tema la angustiaba, porque ella era de contar sus cosas, a ver, a ver, era eso cierto en un ciento por ciento.
O porque ella había buscado ayuda, así, a como fuera, para tener su casa, una bonita y amplia casa a una edad que una comadre sola, con suerte arrienda, alquila.
Mal entendido las huevas, comadre. Tú te aprovechaste del embrollo. Continúas haciéndolo. Ah, porqué no le dices al gordo que no hay fiesta, que tú no quieres deberle más favores, que así no juegas, que no te da ningún gusto. Porqué no le dices lo que piensas y sientes al gordo. Quién te lo impide. Te vas a quedar más sola de lo que estás ahora acaso. Y si te quedas más sola qué, qué tiene de malo estar solo y ser digno. Sin sentir ese asco que sientes cuando te miras al espejo.
Ah, qué tal, ahora llega el Alejo, Panchito, Riquelme, y tú le dices que se vuelvan a la casa, que no se hace ninguna fiesta, que no vale la pena, que te enojaste, no, no, con vos misma, no, contigo es el problema, y que por favor te disculpen por ser tan loca, sí, sí, que esta va a ser la primera y la última.
Tú si que te tienes que disfrazar y con urgencia, comadre. Taparte esa cara de puta un poco. De puta y de mentirosa. Qué carita comadre, cómo para no tener esa tristeza en los ojos.
Y si el gordo no lo fuera, ah, si fuera flaco, o bueno, no tan gordo, no, que fuera flaco, un poco más joven, y sí, por lo menos cinco años, no, cuarenta y cinco, igual, son muchísimos, bueno, ah, que no fuera pelado, y si todo eso pasara, no, qué, te lo tirarías vestida, ah, sin ninguna duda, ni asco, estaría todo super bien, ya, varias veces te lo tirarías. Cuál es el atado, qué es lo que te da asco, él o la situación, ah, cómo te funciona el coco, huevona, sí, no, tú piensas con el poto, no, ese es tu problema. Cómo se puede ser tan pero tan huevona.
Eres puta, comadre, piensas como puta, actúas como una puta. Lo único que te falta es reconocerlo. No, las huevas, una puta no se hace ni ahí todo este atado. No, estás tan segura, sí, de más, a no, no, ahí ya te estás metiendo en el manso quilombo, una discusión pueril, super rasca, que si les gusta lo que hacen, cómo, cómo le puede gustar a una mujer ser puta, cómo, solamente estando muy loca, comadre, ahí no hay elección, hay locura lisa y llana y punto. Qué les va a gustar, si les gustara tanto no vivirían drogándose todo el tiempo, comadre, para no sentir tanto asco.
Y ahí saltó la palabrita de nuevo, asco. No quiero, no quiero sentir este asco, no quiero más esto. Y si lo hablo con alguien. Con el Alejo. O con el Alberto. La puta, uno peor que el otro, el hambre y las ganas de comer. Más o menos, no tenemos un hombre sumando a estos dos huevones. Eh, porqué tanta dureza. Qué, te da vergüenza, ah, si el Alejo lo sabe, y el Alberto por ahí, cerquita, casi seguro que también lo sabe.
Ya, bueno, la idea de la fiesta no fue del Cuellar, ah, que él ponga una plata, no sabemos, el Vilches puso plata primero, bueno, sí, de todas maneras, a esta altura la fiesta no tiene forma de pararse, eso es cierto, ya hay demasiada gente participando. Sí, es cierto, ya no es la fiesta de ella, ni la de Cuellar y ella, o ella y Cuellar. No, es de todos la fiesta. Puta, si hasta el Felipe se mandó hasta Santiago para contratar a esas minas que van a bailar en pelotas.
Ay Carmencita, tú no sabes todavía si eres puta o si eres una terrible pelotuda, no, ese es el problema. O si estás triste, tan triste de puro sola. No, con un poco de calor cerca, con un olorcito a hombre, todo sería tan distinto, no, Carmen ?.
No le gustaba blanco el ángel, era un color muy sucio el blanco, como para andar volando con ese color por esos cielos de ahora, llenos de mugre. Ella le dejaría las alas, sólo las alas, la piel pintada de dorado y las alas, eso le gustaba, las alas eran alucinantes.
Con el pelo también se iba a hacer algo. A ver si empezaba por ahí el cambio. Puta, era la muerte de superficial la comadre.
Sí, había sido más que bonito e ilustrado el relato, sí, la primera vez se lo había contado, cuando le zurció la boca como una media. Ahora, cuando le sacó los puntos le dijo que había quedado perfecta, que ni se notaba la pequeña cicatriz, que en uno o dos meses iba a desaparecer por completo. Sí, que podía usarla sin miedo, como siempre.
Al espejo se miraba la Carmen, en el baño de su casa. Estaba esperando al Alejo, a punto de llegar con su maquina de coser portátil, el Panchito y Rilquelme de asistentes, con las compras que habían hecho del fondo de los disfraces. Se iban a poner a trabajar a toda máquina, a toda singer, para sacar como pudieran los disfraces que hacían falta. Iban a suspender sólo para ir a cumplir con el trabajo, en el cabaré, y luego de vuelta, a terminar los trajes.
Triste, muy triste estaba la turquita, más allá que mañana por la noche se inaugurara su casa públicamente con tamaña fiesta. Sabía que cuando la fiesta terminara iba a estar aún más triste. No le entraba ya en el alma el tener que poner su sexo en juego porque alguien había sido generoso en exceso con ella. Eso era un grado menos que ser una puta. Sólo un grado.
Y que la vida la hubiera llevado tantas veces a hacerlo, más o menos confundida, haciéndose más o menos la huevona, y por muchísimo menos, puta, por la chucha, cómo para no estar triste, comadre, si por ahí no era el camino, así no le gustaba la vida.
Ser mina es abrir las patas porque te regalan un par de medias, un perfume, un puesto de cajera en un super, un celular, a ver, qué más, un viaje, ah, un tirito de coca, un porro, un compacto, una, sí, una cuota de quince lucas para que termines de comprar tu casa.
Qué asco, qué inmundicia. Y tú haciéndote la enamorada con el Alberto. Diciéndole verdades. Cómo para que no te rompan la boca, comadre. La cabeza tenían que haberte partido. Linda, la mina. Puta, huevona, eres una p-u-t-a. Y la fiesta ahora, ah, que no falte nada. Que lo llame y le diga lo que falta, que ni piense en el tema plata. Seguro, después se conversa, no, Cuando tú quieras, de todas maneras, tranquila, Carmen, tranquila.
Y sí, un poco tenía que decidirlo. Nada sencillo, porque tenía sus vueltas el tema. O era puta, o era hija de puta. Ah, más o menos. Porque darle cuerda a un compadre para que abra la chequera, ah, dándole aire para que el huevón ponga plata, y después decirle que no, que él se confundió con ella, o peor aún, que ella estaba confundida, mi madre, ahí te rompen la cara de nuevo, y te lo vuelves a merecer comadre. Y sí, eso es ser una reverenda hija de puta, yo también le pegaría a esa mina.
O era él nomás el que se había ido de boca, aquella noche en el cabaré, con el Alejo y ella, de sobremesa, haciéndose un festín de coca. Había que ponerse a hilar más fino, finito. Y sí, ella se había sentido super cuidada, contenida, imagínate, tú cuentas que te falta un treinta por ciento para la casa, qué de dónde lo sacas, ah, de algún prestamista, y el otro salta, con la nariz toda blanca, qué por favor, que tú tranquila, ah, cómo es la cosa entonces. Y ahí nomás estabas tú, bailando arriba de la mesa comadre, así había sido.
Y, había que haberle dicho que no al tiro. No, Cuellar, no, de más, super agradecida, pero nada que ver, gordo, no, sólo era un comentario el que hice, no te estoy pidiendo a vos la plata. Eso era lo que había pasado u otra cosa. A ver las intenciones, para qué contó ella lo que le pasaba esa noche, sí, bueno, porque el tema la angustiaba, porque ella era de contar sus cosas, a ver, a ver, era eso cierto en un ciento por ciento.
O porque ella había buscado ayuda, así, a como fuera, para tener su casa, una bonita y amplia casa a una edad que una comadre sola, con suerte arrienda, alquila.
Mal entendido las huevas, comadre. Tú te aprovechaste del embrollo. Continúas haciéndolo. Ah, porqué no le dices al gordo que no hay fiesta, que tú no quieres deberle más favores, que así no juegas, que no te da ningún gusto. Porqué no le dices lo que piensas y sientes al gordo. Quién te lo impide. Te vas a quedar más sola de lo que estás ahora acaso. Y si te quedas más sola qué, qué tiene de malo estar solo y ser digno. Sin sentir ese asco que sientes cuando te miras al espejo.
Ah, qué tal, ahora llega el Alejo, Panchito, Riquelme, y tú le dices que se vuelvan a la casa, que no se hace ninguna fiesta, que no vale la pena, que te enojaste, no, no, con vos misma, no, contigo es el problema, y que por favor te disculpen por ser tan loca, sí, sí, que esta va a ser la primera y la última.
Tú si que te tienes que disfrazar y con urgencia, comadre. Taparte esa cara de puta un poco. De puta y de mentirosa. Qué carita comadre, cómo para no tener esa tristeza en los ojos.
Y si el gordo no lo fuera, ah, si fuera flaco, o bueno, no tan gordo, no, que fuera flaco, un poco más joven, y sí, por lo menos cinco años, no, cuarenta y cinco, igual, son muchísimos, bueno, ah, que no fuera pelado, y si todo eso pasara, no, qué, te lo tirarías vestida, ah, sin ninguna duda, ni asco, estaría todo super bien, ya, varias veces te lo tirarías. Cuál es el atado, qué es lo que te da asco, él o la situación, ah, cómo te funciona el coco, huevona, sí, no, tú piensas con el poto, no, ese es tu problema. Cómo se puede ser tan pero tan huevona.
Eres puta, comadre, piensas como puta, actúas como una puta. Lo único que te falta es reconocerlo. No, las huevas, una puta no se hace ni ahí todo este atado. No, estás tan segura, sí, de más, a no, no, ahí ya te estás metiendo en el manso quilombo, una discusión pueril, super rasca, que si les gusta lo que hacen, cómo, cómo le puede gustar a una mujer ser puta, cómo, solamente estando muy loca, comadre, ahí no hay elección, hay locura lisa y llana y punto. Qué les va a gustar, si les gustara tanto no vivirían drogándose todo el tiempo, comadre, para no sentir tanto asco.
Y ahí saltó la palabrita de nuevo, asco. No quiero, no quiero sentir este asco, no quiero más esto. Y si lo hablo con alguien. Con el Alejo. O con el Alberto. La puta, uno peor que el otro, el hambre y las ganas de comer. Más o menos, no tenemos un hombre sumando a estos dos huevones. Eh, porqué tanta dureza. Qué, te da vergüenza, ah, si el Alejo lo sabe, y el Alberto por ahí, cerquita, casi seguro que también lo sabe.
Ya, bueno, la idea de la fiesta no fue del Cuellar, ah, que él ponga una plata, no sabemos, el Vilches puso plata primero, bueno, sí, de todas maneras, a esta altura la fiesta no tiene forma de pararse, eso es cierto, ya hay demasiada gente participando. Sí, es cierto, ya no es la fiesta de ella, ni la de Cuellar y ella, o ella y Cuellar. No, es de todos la fiesta. Puta, si hasta el Felipe se mandó hasta Santiago para contratar a esas minas que van a bailar en pelotas.
Ay Carmencita, tú no sabes todavía si eres puta o si eres una terrible pelotuda, no, ese es el problema. O si estás triste, tan triste de puro sola. No, con un poco de calor cerca, con un olorcito a hombre, todo sería tan distinto, no, Carmen ?.
No le gustaba blanco el ángel, era un color muy sucio el blanco, como para andar volando con ese color por esos cielos de ahora, llenos de mugre. Ella le dejaría las alas, sólo las alas, la piel pintada de dorado y las alas, eso le gustaba, las alas eran alucinantes.
Con el pelo también se iba a hacer algo. A ver si empezaba por ahí el cambio. Puta, era la muerte de superficial la comadre.
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