jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 64. La fiesta inolvidable

La fiesta ya era intensa cuando llegaron las chicas de Santiago, pasada la medianoche, con el agregado del Nosfe y los ayudantes del equipo de filmación, Pepe y Edgardo. La música había copado ya el patio, el baile, animado con harta convicción por los cubanos, los había terminado por captar a todos. Nadie prestó demasiada atención a los recién llegados.
Las chicas, guiadas por Lawrence de Arabia, se encerraron en la habitación de la Carmen para cambiarse y maquillarse. Edgardo, Pepe y el Nosfe, por su lado, pusieron un par de luces de mil, para entretenerse luego con unas hamburguesas más que cocidas y buenas dosis de cerveza.
Las parejas se habían ido armando por esa selección que se llama natural y comprende cantidad de leyes de la física y la química que los científicos avalan. Después del rojo oso hormiguero y la cortesana, se habían sumado a la jarana la hechicera con el pirata, el Jeque con Cleopatra, sí, la Tere había aflojado y había ido a buscar al Jeque, recuperado del sofocón, buena perdedora Cleopatra, y ante la escasez de mujeres, los cubanos que quedaban, habían armado un acústico contra la veranda, dándole excelente retorno a la música que seguía administrando Don Giovanni desde la consola de sonido.
Sí, era cierto, les había fallado y mucho el cálculo con el tema de las mujeres. Cuellar se había confiado en el amague que había hecho la Rita de traer a alguna amiga, cosa que no había sucedido, otra invitación de la Carmen había faltado, y el resto de los varones del cabaré había preferido no invitar ni a las novias ni a las esposas, por el tema no tan menor de las stripers. Y bueno, así era la mentalidad chilena, inclusive entre la gente de la noche, cosa que mal que bien eran.
Alejo estaba en la gloria, bailaba un poco solo, un poco con el Alberto, que más allá del disfraz estaba muy en su personaje, en ese Zorba que puede bailar toda la vida con él mismo. La sorpresa de la noche la venía dando la Carmen, que bailaba y de lo lindo con Ovando, el liberto, llenando el aire de oro con el resplandor de su cuerpo.
Le gustaba y mucho a la Carmen ese moreno musculoso, fuerte y a la vez flexible, lleno de ritmo. Que el morocho se hubiera animado a irse así nomás, con un pantalón sacado de un naufragio, en cuero, luciendo cadenas en los tobillos y las muñecas, y, era como para que la que quisiera oír lo hiciera. Sin su espesa cabellera, ahora sí que la Carmen era puro oídos. Feliz también la hacía que el Cuellar se hubiera enganchado con la Rita. Llenas de aire tenía las alitas la turquita.
Vale ya se había cambiado y espiaba el patio detrás de la cortina de la puerta de la habitación donde estaban. Por ahora, una tanguita con velcros y una camisa también negra eran su vestuario. Seguía con atención sobre todo los movimientos del argentino. Lo había visto en otra parte y buscaba en dónde. La Maga y Sole ya estaban terminando de ponerse sus bikinis. Fumaban nerviosas ahora, ante su inminente debut como desnudistas.
Se pusieron a espiar con la Vale. Oye, estaba espléndida esa mina así, con el cuerpo dorado y esas alas, pelada la loca, estupenda, y el negro que bailaba con ella era para llevárselo en una bolsa, cachondeabam las primas. Y tú, mujer, qué onda, a quién te llevas. Ah, al compadre ese que no está disfrazado de nada. Vale, anda, está rebueno el compadre. Oh, pero qué onda, nunca te vi mirar así a un tipo. Qué, lo conoces, de dónde bebe, de dónde.
Vale sacudía la cabeza contrariada. De dónde. Le parecía raro, no, no era ni de Santiago ni del medio en donde ella transcurría. No era modelo pero podía serlo, tampoco era publicista el gallo, fotógrafo, no, no era.
Ahí, sí, por ese lado le parecía que venía el asunto, era eso, la foto, las fotos en los del Rodrigo. Estaba perpleja. El de las fotos con el ángel. Esas locas composiciones que había montado la española con un compadre maquillado de ángel en un techo. Una locura genial le había parecido. Daba ganas que fuera cierto. Que ese que estaba ahí, con esa rara luz rodeándolo, fuera un espíritu. Porque lo loco de las fotos, que ahora recordaba eran tres, dos con ese compadre que ahora bailaba solo, y otra con el ángel solo, es más, en esa, lo que uno juraría era que no era un ángel, un varón, no, sino que era una angela, una mujer, una modelo lo que habían usado para el montaje. Ah, si la hubiera conocido antes a la española le habría encantado haber sido ella la elegida. Feliz lo habría hecho. De mil amores.
Sí, se moría de ganas de conocer a ese compadre. Y cómo bailaba, como si no necesitara de nadie, super conectado con la música, buen bailarín el gallo. Ningún chiquillo el compadre, sí, cuarenta años tiene. Buen mozo, pero no, por ahí no pasa, no, le importa un carajo que es buen mozo. Sí, a él la da lo mismo. Me encanta eso. Esa libertad. Sería la misma bailando con una mina ?
Oye, Vale, qué onda, dónde te fuiste comadre. Mira que tenemos prohibido relacionarnos con el público, chiquilla, no te vas a hacer lo loca.
Afuera andaba el Nosfe, ya con su camarita en la mano, grabando. Por el visor en tele había descubierto a las chicas detrás de la cortina, espiando. Ahí estaban, como el contraplano perfecto de lo que vendría. ¡ Puta que había pocas minas !


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