La Sole ya ha hecho su número, el primero del show de las stripers. El público se ha instalado cómodamente en la platea del patio, acarreando sillas y sillones de la sala, el comedor, la cocina y el dormitorio de la Carmen. Han apagado todas las luces de colores, sólo las antorchas, arriba, y las luces del espectáculo han quedado. El Nosfe finalmente no ha utilizado los dos pares de mil par filmar, ya que sin duda hubieran arruinado el clima. No importa, la camarita digital tiene sensibilidad suficiente para imprimir con esa y menos luz.
Con sus bandejas, Riquelme, con un colorido disfraz de torero, y Torres, el otro garzón, de pantera rosa, bueno, demasiado moreno para el caso, convidan tragos que Lawrence de Arabia sigue preparando en la barra. En la consola de sonido está ahora el Pepe Gómez, con una precisa guía de la música que la Maga ha pautado.
La actitud del público hasta ahora ha sido de un silencio y un respeto excesivos, digamos que no han reaccionado. Un poco por lo insólito del escenario, montado así, en un patio, al aire libre, lo cual le quita esa necesaria intimidad que precisan espectáculos de este tipo, en lugares un poco como cuevas, mejor si están bajo el nivel del suelo. Pero están ahí, medio suspendidos del aire, encima entre conocidos, lo cual obliga a mirar casi con otros ojos como las bailarinas se van desnudando, bajo esa luz que les cae de costado, de arriba.
El único que se ha mostrado más entusiasmado, un poco por la edad, otro por el trago y sobre todo porque está oculto, es el oso hormiguero, que con unos grados más de temperatura que el resto, ha aplaudido y sacudido su roja trompa, como para que le den más de eso, con la complicidad de la cortesana que lo anima.
Detrás del cortinado negro está la Maga, esperando que Gómez apriete la tecla, el Edgardo, un poco improvisándose como auxiliar de las stripers, ha colocado una silla en el escenario, aprovechando la oscuridad previa al cambio de luces.
Finalmente, bien coordinado con Don Giovanni, que está con las luces ahora, arriba, Gómez espera la oscuridad total para mandar un tema coral del filme “La última tentación de Cristo”, la música de Peter Gabriel. Comienza con un teclado muy grave, sobre un coro de mujeres, en un lamento que va en permanente crescendo, cada vez más arriba.
El seguidor se enciende, segundos después que ha comenzado la música. Ilumina a la Maga, que está junto a la silla, de espaldas al público, completamente desnuda, de espaldas, sobre unos altos tacos aguja, con las manos atrás, atadas con una tira delgada y larga de cuero negro.
La Maga se ha maquillado el cuerpo con talco, blancas como leche, la espalda, la cola, las piernas y los brazos, opacan la luz, haciendo que ese cuerpo hipnotice al público. La silla está a su lado, como para sentarse también de frente al patio.
Abre las piernas en un buen ángulo y comienza a forcejear con sensualidad, como muy trabada, para soltarse las muñecas así amarradas. Viene fuerte el numerito. Inclina la cabeza hacia su izquierda, casi apoyándola en ese hombro, cosa que gracias a su perfecta elongación, consigue. va así tirando su cuerpo sobre la silla, al tiempo que apoya una rodilla sobre el asiento, contorsionándose cada vez con más intensidad, siempre de espaldas.
Ahora ha apoyado la otra rodilla sobre la silla, quedando así, sometida por sí misma, en ese ritual humillante, entrando en una zona algo negra del erotismo, zona harto delicada, esa del masoquismo.
Con un dominio notable de articulaciones y músculos, va dejando que sus piernas se abran y deslicen por el borde del asiento, quedando sentada, siempre de espaldas.
Con un truco de maquillaje, ha hecho que una pequeña ampolleta con una mezcla no muy líquida pero roja se rompa dentro de la atadura de cuero, goteando esa artificial sangre por dentro de sus muñecas, que no logran liberarse.
Comienza ahí a echar lentamente para atrás su cabeza, a medida que la música va subiendo, para volver luego a volcarla hacia adelante, encorvándose ahora sobre el respaldo de la silla, manchando con sangre su espalda y la cola, abierta sobre el asiento, con delgadas líneas rojas que le gotean.
Algunos fuman, otros apuran su segundo o tercer trago, pero lo cierto es que este cuadro les está perforando el cráneo a todos. Es muy fuerte. Cuellar se ha levantado el parche del ojo, tanto como para ver esto como se debe, como para respirar mejor, sin tapujos. La Rita se le ha pegado al pirata, más que cariñosa, sin ocultar demasiado su excitación debajo de su disfraz de sacerdotisa afrocubana.
Ahí entra en escena la Vale, también blanca y completamente desnuda, con unas botas de cuero altas y negras, acharoladas, hasta las rodillas van las botas. Un pañuelo de gasa negra la envuelve el cuello. Lleva en sus manos una corta correa con collar, de perro, también de cuero negro. La boca y las uñas de las largas manos, rojas, brillantes, ponen esa nota de color que hace falta. El pelo, corto y rubio, se lo ha peinado para atrás, con gel, mojado y con el fijador parece también de un color oscuro.
Se pone frente a la Maga y la toma del pelo con fuerza, tirándole la cabeza para atrás, así le pone la correa, sometiéndola. Luego la levanta con un violento y ensayado tirón, dejándola así frente a ella, con la piernas abiertas sobre la silla.
El Nosfe se ha arrodillado bajo ellas, al pie del tablado, registrando desde un lugar más que privilegiado la secuencia. Uno que otro suspiro poco disimulado no llega hasta ese lugar, tapado por la banda de sonido, cercana al climax, al paroxismo.
Vale corre un poco para atrás silla debajo de las piernas de la Maga, con la mano que tiene libre, para luego hacerla girar a ella con la correa, enfrentándola por primera vez al público, la va sentando muy despacio, siempre tirándole la cabeza hacia atrás, como lastimándola. Se saca el pañuelo del cuello con destreza con una mano y comienza a atárselo sobre los ojos. Saca luego de la caña de una de las botas una delgada y larga varilla de cuero, con la cual morbosamente juega entre el sexo y los pechos de la Maga, siempre a sus espaldas. Para terminar abriéndole la boca con la vara de cuero, casi sin resistencia, haciéndole que la muerda como una perra.
A esta altura de la coreografía podemos decir que el efecto ha sido más que logrado, la platea ha entrado en un trance de erotización que hasta en Cleopatra ha obtenido insospechados efectos. Fuma la egipcia, con su exquisita boquilla, pero no la hace ni tan nerviosa, ni mucho menos disgustada. Es fuerte, muy fuerte la escena, pero sin dejar de transitar en ningún momento por una delgada línea en donde lo que termina definiendo en lo estético, antes que la pura y burda connotación de lo explícito. La va levantando despacio de este freno de cuero que le puso en la boca, y la corre hacia afuera primero y luego hacia ella, tomando contacto con el cuerpo de la sometida por atrás, ya sin el obstáculo de la silla.
Ahí es como que le habla al oído, así, hablándole, hace que la Maga se arrodille, dejando que Vale el saque el látigo de la boca, mientras la da vuelta y así, de rodillas, la deja dándole de nuevo la espalda al público, la cual arquea hacia atrás, cubriendo con ese movimiento la abertura del sexo, curiosamente púdica, preparada para recibir el suplicio. La oscuridad absoluta y el silencio llegan juntos, dando unos segundos de respiro al público, antes que se desate con una pequeña ovación, enardecido.
Con sus bandejas, Riquelme, con un colorido disfraz de torero, y Torres, el otro garzón, de pantera rosa, bueno, demasiado moreno para el caso, convidan tragos que Lawrence de Arabia sigue preparando en la barra. En la consola de sonido está ahora el Pepe Gómez, con una precisa guía de la música que la Maga ha pautado.
La actitud del público hasta ahora ha sido de un silencio y un respeto excesivos, digamos que no han reaccionado. Un poco por lo insólito del escenario, montado así, en un patio, al aire libre, lo cual le quita esa necesaria intimidad que precisan espectáculos de este tipo, en lugares un poco como cuevas, mejor si están bajo el nivel del suelo. Pero están ahí, medio suspendidos del aire, encima entre conocidos, lo cual obliga a mirar casi con otros ojos como las bailarinas se van desnudando, bajo esa luz que les cae de costado, de arriba.
El único que se ha mostrado más entusiasmado, un poco por la edad, otro por el trago y sobre todo porque está oculto, es el oso hormiguero, que con unos grados más de temperatura que el resto, ha aplaudido y sacudido su roja trompa, como para que le den más de eso, con la complicidad de la cortesana que lo anima.
Detrás del cortinado negro está la Maga, esperando que Gómez apriete la tecla, el Edgardo, un poco improvisándose como auxiliar de las stripers, ha colocado una silla en el escenario, aprovechando la oscuridad previa al cambio de luces.
Finalmente, bien coordinado con Don Giovanni, que está con las luces ahora, arriba, Gómez espera la oscuridad total para mandar un tema coral del filme “La última tentación de Cristo”, la música de Peter Gabriel. Comienza con un teclado muy grave, sobre un coro de mujeres, en un lamento que va en permanente crescendo, cada vez más arriba.
El seguidor se enciende, segundos después que ha comenzado la música. Ilumina a la Maga, que está junto a la silla, de espaldas al público, completamente desnuda, de espaldas, sobre unos altos tacos aguja, con las manos atrás, atadas con una tira delgada y larga de cuero negro.
La Maga se ha maquillado el cuerpo con talco, blancas como leche, la espalda, la cola, las piernas y los brazos, opacan la luz, haciendo que ese cuerpo hipnotice al público. La silla está a su lado, como para sentarse también de frente al patio.
Abre las piernas en un buen ángulo y comienza a forcejear con sensualidad, como muy trabada, para soltarse las muñecas así amarradas. Viene fuerte el numerito. Inclina la cabeza hacia su izquierda, casi apoyándola en ese hombro, cosa que gracias a su perfecta elongación, consigue. va así tirando su cuerpo sobre la silla, al tiempo que apoya una rodilla sobre el asiento, contorsionándose cada vez con más intensidad, siempre de espaldas.
Ahora ha apoyado la otra rodilla sobre la silla, quedando así, sometida por sí misma, en ese ritual humillante, entrando en una zona algo negra del erotismo, zona harto delicada, esa del masoquismo.
Con un dominio notable de articulaciones y músculos, va dejando que sus piernas se abran y deslicen por el borde del asiento, quedando sentada, siempre de espaldas.
Con un truco de maquillaje, ha hecho que una pequeña ampolleta con una mezcla no muy líquida pero roja se rompa dentro de la atadura de cuero, goteando esa artificial sangre por dentro de sus muñecas, que no logran liberarse.
Comienza ahí a echar lentamente para atrás su cabeza, a medida que la música va subiendo, para volver luego a volcarla hacia adelante, encorvándose ahora sobre el respaldo de la silla, manchando con sangre su espalda y la cola, abierta sobre el asiento, con delgadas líneas rojas que le gotean.
Algunos fuman, otros apuran su segundo o tercer trago, pero lo cierto es que este cuadro les está perforando el cráneo a todos. Es muy fuerte. Cuellar se ha levantado el parche del ojo, tanto como para ver esto como se debe, como para respirar mejor, sin tapujos. La Rita se le ha pegado al pirata, más que cariñosa, sin ocultar demasiado su excitación debajo de su disfraz de sacerdotisa afrocubana.
Ahí entra en escena la Vale, también blanca y completamente desnuda, con unas botas de cuero altas y negras, acharoladas, hasta las rodillas van las botas. Un pañuelo de gasa negra la envuelve el cuello. Lleva en sus manos una corta correa con collar, de perro, también de cuero negro. La boca y las uñas de las largas manos, rojas, brillantes, ponen esa nota de color que hace falta. El pelo, corto y rubio, se lo ha peinado para atrás, con gel, mojado y con el fijador parece también de un color oscuro.
Se pone frente a la Maga y la toma del pelo con fuerza, tirándole la cabeza para atrás, así le pone la correa, sometiéndola. Luego la levanta con un violento y ensayado tirón, dejándola así frente a ella, con la piernas abiertas sobre la silla.
El Nosfe se ha arrodillado bajo ellas, al pie del tablado, registrando desde un lugar más que privilegiado la secuencia. Uno que otro suspiro poco disimulado no llega hasta ese lugar, tapado por la banda de sonido, cercana al climax, al paroxismo.
Vale corre un poco para atrás silla debajo de las piernas de la Maga, con la mano que tiene libre, para luego hacerla girar a ella con la correa, enfrentándola por primera vez al público, la va sentando muy despacio, siempre tirándole la cabeza hacia atrás, como lastimándola. Se saca el pañuelo del cuello con destreza con una mano y comienza a atárselo sobre los ojos. Saca luego de la caña de una de las botas una delgada y larga varilla de cuero, con la cual morbosamente juega entre el sexo y los pechos de la Maga, siempre a sus espaldas. Para terminar abriéndole la boca con la vara de cuero, casi sin resistencia, haciéndole que la muerda como una perra.
A esta altura de la coreografía podemos decir que el efecto ha sido más que logrado, la platea ha entrado en un trance de erotización que hasta en Cleopatra ha obtenido insospechados efectos. Fuma la egipcia, con su exquisita boquilla, pero no la hace ni tan nerviosa, ni mucho menos disgustada. Es fuerte, muy fuerte la escena, pero sin dejar de transitar en ningún momento por una delgada línea en donde lo que termina definiendo en lo estético, antes que la pura y burda connotación de lo explícito. La va levantando despacio de este freno de cuero que le puso en la boca, y la corre hacia afuera primero y luego hacia ella, tomando contacto con el cuerpo de la sometida por atrás, ya sin el obstáculo de la silla.
Ahí es como que le habla al oído, así, hablándole, hace que la Maga se arrodille, dejando que Vale el saque el látigo de la boca, mientras la da vuelta y así, de rodillas, la deja dándole de nuevo la espalda al público, la cual arquea hacia atrás, cubriendo con ese movimiento la abertura del sexo, curiosamente púdica, preparada para recibir el suplicio. La oscuridad absoluta y el silencio llegan juntos, dando unos segundos de respiro al público, antes que se desate con una pequeña ovación, enardecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Críticas y comentarios...