jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 8. 35 mm

Luz finalmente había decidido tomarse el día libre, decisión más que libérrima para esta española que dominaba el difícil arte del tiro al almanaque, el cual le permitía cambiar el paso de sus impulsos y emociones, ejercitando una más que saludable independencia interna, posibilitando que los días fueran algo más que una sucesión de hechos inevitables.
Fue así que se tomó el primer bus que encontró para Santiago, distante a unos ciento cincuenta kilómetros, hacia el oriente. Llevaba una pequeña mochilita suplementaria con una muda de ropa y un par de rollos que quería revelar en el laboratorio de un colega santiaguino.
Aprovechó el viaje de casi dos horas para sumar sueño a la recuperación de una trasnochada ciertamente insustancial, esa era la categoría que le estaba otorgando ahora al encuentro con el argentino, el cual esta tarde la parecía un tipo algo patético, alimentado de recuerdos en estado fósil, habituado ya a una soledad que no dejaba de ser la artimaña melancólica de un soberbio insoportable.
Es más, casi no le cabrían dudas al asegurar que en la cama el humorista debía de ser un reverendo fiasco. Un amarrado y engreído egoísta incapaz de dejar el acento inteligente que alimentaba su discurso un poco de lado, más bien entre los calzones y las medias ovilladas y el pantalón arrugado y la camisa sucia, dejar el ego adentro de sus mal olientes zapatos, para lanzarse vestido de animal, de primate, desnudo sobre una mujer ídem, para hacerle crujir bien los huesos.
La llegada a la terminal de buses de Santiago la sacó de tan alentadoras suposiciones, llevándola por la avenida Bernardo O’Higgins para el metro. De la Estación Central a Providencia demoró menos de quince minutos, experimentando el disimulado placer de poder mezclarse con la gente, con ese enorme poder que te da el mirar de afuera. Caminó por Providencia hasta Pedro de Valdivia, advirtiendo que se había bajado una estación antes, ahí tomó a la derecha, hasta Silvina Hurtado, después buscó con el ojo el condominio en donde vivía y tenía su estudio Ramiro Sanhueza, talentoso y prestigioso fotógrafo que había conocido años atrás en Londres, en una muestra que habían compartido con otros profesionales, sponsoreados por una británica línea aérea.
Ramiro practicaba aún un revelado y copiado artesanales, utilizando químicos y papeles de los mejores, y le parecía esa la mejor alternativa para empezar a revelar sus últimas tomas. Además era un exquisito que gracias a su condición social se había permitido descubrir el mundo conocido con bastante arte, era por ende un conversador interesante e inclusive un partener satisfactorio para pasar una tarde agradable. Tocó el timbre del tercer piso confiando no caer en un momento inoportuno.
Error, prueba no superada. Si bien el fotógrafo no estaba concentrado en tareas rentables, había montada el estudio esa tarde para una sesión bastante expresionista, con una adolescente fatalmente impúdica para ser chilena, que apenas insinuó cierta molestia ante la irrupción de Luz encendiendo un malboro al tiempo que comenzó a revolotear como una ninfa pasando una y otra vez para volcar la ceniza del cigarrillo en el cenicero que aparentaba ser el único y estaba en una mesa ratona, frente a un par de sillones en donde Ramiro había invitado a sentarse a la española, intentando aparecer relajado, como manejando la situación, invitándola con un té incluso.
Mientras el mundano chileno se dirigió a calentar el agua en la cocina americana que estaba incorporada al amplio y único ambiente, en un delicado juego que iba entre pretender disfrutar una situación inesperada, favoreciendo el devenir de vaya a saber cuáles fantasías de profesional voyeur, y emociones un poco menos elaboradas y elementales, como el desear que la española se sintiera harto incómoda ante el deambular de la jovencísima, hermosa y desnuda modelo, y experimentara en breve una necesidad urgente de hacerse humo, desaparecer, partir, irse al mismísimo carajo. Luz no perdió demasiado el tiempo. Sacó las tres cajitas en donde tenía los rollos de 35 mm y en un papelito anotó las especificaciones técnicas del revelado de cada uno, al tiempo que pegaba pequeños stickers numerados para identificarlos.
Ramiro, como quien no quiere la cosa, volvió a la pequeña mesa con una bandeja y tres tazas de té, en un gesto que demostraba más o menos para dónde había decidido encaminar la partida, tanto la de este ajedrez que especulaba tornar algo más interactivo, como la partida definitiva, más prolija, de la colega española.
Valeria, que así se llamaba la modelo, no perdió oportunidad y se sentó en el estrecho sillón junto a Luz, quien empezó a sentirse acalorada tanto por la proximidad de la templada piel de la impúdica, demasiado bella y joven, como por el intenso y caro perfume que la rubia y osada chilena transpiraba, y por los casi treinta y cinco grados que estaban haciendo esa tarde de enero en Santiago. Se sacó entonces la camisa de fino algodón que usaba a veces un poco como campera, dada la cantidad de bolsillos que el modelo tenía hasta en las mangas, y se quedó sólo con una liviana musculosa que adivinaba esos memorables senos sin sostén que llegaron inclusive a provocar la mirada divertida de Valeria y la ahora inquieta y algo nerviosa de Ramiro.
La conversación fue planeando lenta de lo general a los detalles, no pretendiendo pasar de eso, de una incómoda y surrealista secuencia, en donde un fotógrafo chileno supuestamente mundano, había convidado con un té sin azúcar a dos mujeres, una de ellas desnuda, la otra que casi no lo precisaba, con una temperatura ambiente que rondaba los treinta y siete grados, en un estudio en donde los potentes spots no habían sido apagados.
Luz aprovechó la pausa inevitable después de haber narrado algunos incidentes de su viaje, el cual por demás datos había comenzado hacía ya cuatro meses en el nordeste brasileño, en Recife, para acercarle a Ramiro los rollos y la pauta que ella entendía apropiada para el revelado y copiado. Este tomó el recado con la gentileza que no puede faltarle a un tipo bien enseñado para el caso.
A esta altura del encuentro los tres estaban transpirando, cosa que en la Vale amenazaba con convertirse en una demanda por parte de una mujer demasiado joven, que tenía la suficiente carga de soberbia, como para no tolerar un par de minutos más el imprevisible protagonismo de española que había aparecido así, de la nada.
Ahí fue cuando la española sacó a relucir un talento por demás encomiable, y metiendo la mano en su mochila sacó la nikon, la cual aseguró estaba cargada con otro rollito blanco y negro de 400 asas. Se cruzaron con Ramiro una mirada oportuna, la cual levantó al chileno de su poltrona y lo llevó a apagar presuroso las luces del estudio, dejando encendidas sólo un par de lámparas del ambiente, al tiempo que recordaba tener un rollito de esa película, con el cual cargaría al tiro su antigua cámara de 35 mm con visor frontal. Una extraña brisa ultramarina recorrió el estudio refrescándolo.

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